En Argentina los maquinistas de tren protagonizan una triste estadística. Atropellan y matan a decenas de personas a lo largo de su vida laboral por accidentes y suicidios. Por eso el gremio que los agrupa reclama que el estrés postraumático que les provocan estas
“En 30 años de servicio arrollamos aproximadamente un promedio general de 30 personas, hasta que nos jubilamos. Ya algunas veces esto se nos hace normal. Esto es de todo los días”, dice el secretario general del Sindicato La Fraternidad.
Los ferroviarios de todo el mundo se ven expuestos a este tipo de situaciones. Pero la capital argentina y sus cercanías cuentan con una red de siete líneas y más de 800 kilómetros, con pasos a nivel y barreras, en una de ciudad densamente poblada. Esto eleva la frecuencia de los siniestros. De hecho, la cantidad de muertes por accidente en vías férreas duplica en Buenos Aires al número de suicidios.
El Gobierno ha anunciado en varias oportunidades el soterramiento de esa y otras líneas que atraviesan populosas zonas de la capital argentina. Pero se trata de proyectos muy complejos y costosos que siguen demorados.
Mientras aguardan la concreción de estas obras, el reclamo más inmediato de los maquinistas es que el estrés postraumático pueda ser considerado una “enfermedad profesional”, que les permita obtener una pensión por discapacidad a aquellos trabajadores que no están en condiciones de retomar sus tareas.
“Los síntomas pueden ser trastornos de la alimentación, trastornos del sueño, trastornos de la sexualidad. Ahora, cuando es a lo largo de la vida de trabajo va generando daño en los grandes órganos, básicamente lo que produce es enfermedades cardíacas”
Los síntomas varían de una persona a otra. Pero los especialistas coinciden en que, lejos de endurecerlos, la suma de arrollamientos convierte a los conductores de tren en gente cada vez más frágil, psicológicamente vulnerable.
Cuando un tren atropella a un peatón o a un vehículo, el maquinista suele ser uno de los protagonistas olvidados. Si no tiene daños físicos, ni siquiera es contabilizado entre las víctimas.
Mientras tanto, la persona que transporta a miles de pasajeros convive con el temor permanente de que cada día puede volver a ser un “verdugo inocente”.