La competitividad daña fácilmente la salud de las personas, sobre todo a través del estrés y sus dolencias relacionadas. El nivel de estrés depende, además, de cómo las personas reaccionan ante los eventos en función de sus creencias e interpretaciones de los hechos. Esto hace que, en el mismo contexto, distintas personas presenten distintos comportamientos frente al estrés. La competitividad es esencial para la pervivencia de las organizaciones y éstas necesitan aprender para ser competitivas. Los sistemas de gestión (SG) deberían producir este aprendizaje. Los SG están íntimamente relacionados porque comparten su fundamento y su objetivo lo que hace muy conveniente su integración real para el beneficio de la organización.
El aprendizaje más útil se genera a través de un proceso de cuestionamiento, reflexión y acción, tanto en las personas como en las organizaciones y que estas competencias se pueden adquirir. La importancia de las personas en todos los niveles es vital para que la organización sea competitiva y puesto que el desempeño de ésta, como conjunto de personas que es, se corresponde con el desempeño de los individuos y los equipos en que se integran.
En otras palabras, la competitividad de las personas y de las organizaciones depende de que sean capaces de generar aprendizajes útiles. Y aunque la formación y los sistemas de gestión son simultáneamente las herramientas de aprendizaje de que disponen unas y otras, habitualmente producen aprendizajes deficientes que, además, pueden llegar a tener consecuencias contraproducentes cuando se gestionan de forma rutinaria.
El lubricante que hace que la maquinaria de la organización funcione sin chirriar, sin dañarse y a su máximo rendimiento es el aprendizaje, y los engranajes son las personas que la conforman. Las personas definen la organización, su estructura, sus objetivos y su estrategia. Las personas organizan y gestionan el trabajo y también lo realizan.
Por eso una adecuada estrategia de formación puede mejorar el rendimiento de la
organización y su competitividad. Afortunadamente ahora sabemos que el éxito de las personas depende esencialmente de sus competencias blandas, que se refieren a cómo se relaciona una persona consigo mismo y con los demás. Las relaciones se basan en la comunicación, de hecho son comunicación. Y esto hace que cuando mejoremos las habilidades de comunicación de las personas –consigo mismos y con los demás- mejoraremos su eficacia, así como el rendimiento y la competitividad de la organización que conforman. Además, debido a que el desencadenamiento y la respuesta al estrés tienen que ver con cómo pensamos acerca de las cosas, es decir, con cómo nos comunicamos con nosotros mismos, podemos mejorar nuestra respuesta cuando adquiramos mejores habilidades de comunicación. Y así, reduciendo el estrés, aumentaremos la competitividad.
De esta forma, y desde un punto de vista preventivo, una intervención psicosocial orientada a mejorar y adquirir habilidades de comunicación que sirvan para el aprendizaje, además de disminuir el estrés aumentará el rendimiento y la competitividad de las personas y de su organización, y puede potenciar una cultura preventiva necesaria para este fin, logrando un clima laboral más saludable.
No es un secreto que disciplinas como el Coaching y la programación neurolingüística son inversiones extremadamente rentables porque han demostrado que producen aprendizajes más rápidos y de mayor calado.
Cuestiones como la percepción del riesgo, los criterios de decisión que priorizan entre producción y prevención, así como todas las creencias que defendemos las personas, condicionan nuestros pensamientos y comportamiento y con ello nuestro resultado. Así que si queremos cambiar el resultado siempre podemos cambiar la forma en que pensamos. El Coaching y la PNL sirven precisamente para aprender a comportarnos de forma más útil usando aprendizajes eficientes basados en los procesos neurológicos que nos ayudan a adquirir habilidades de comunicación que nos proporcionarán mayores tasas de éxito y mejores resultados.
Sólo cada quien puede decidir cuándo aplicarlos y, para contrastar su eficacia así como para detectar nuevas posibilidades de aprendizaje y mejora, resultará conveniente evaluar los avances en el desempeño basándose en criterios objetivos como son las competencias profesionales previamente definidas.
Por tanto, una intervención psicosocial cuyo objetivo sea la adquisición de determinadas habilidades de comunicación puede mejorar la competitividad de una organización. Esto es así porque afectará positivamente al estrés de las personas, también superará las barreras organizacionales que dificultan la mejora continua, creadas por deficiencias en la comunicación de las personas y además potenciará un clima en el que se transmitan eficazmente las necesidades y deficiencias tanto en el diseño como en la ejecución de procesos, procedimientos y tareas, redundando en su mejora y en la de las condiciones de trabajo.
Aunque cada herramienta existe y su respectiva eficacia está sobradamente probada, podemos optimizar nuestra inversión cuando utilicemos una estrategia que las combine adecuadamente, multiplicando así el resultado que obtendremos. Esta potente palanca se apoya en la integración del sistema de gestión de la seguridad y salud en el trabajo.
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