En el ámbito de la Prevención de Riesgos Laborales, se habla de estadísticas, objetivos, números, reglamentos, normas, anexos, hojas de interpretación de las normas, estadísticas producidas desde la publicación del último anexo y vuelta a empezar.
Sin embargo, permítanme compartir una cierto desasosiego que tengo en mi quehacer diario cuando constato cierta sensación de que en cierto modo hemos olvidado el enfoque profundamente humano de esta rama de la Técnica, y por ende de la Ciencia y del Saber.
No me cabe la menor duda de que todos los que navegamos en este mismo barco tenemos el mismo objetivo: proteger la salud del trabajador. Para ello se ha puesto en marcha una batería de leyes y reglamentos con el único fin de proteger el bien más preciado del Ser Humano: la Vida.
Desgraciadamente la carga burocrática puede ser tal que olvidemos que el trabajador no es el medio para conseguir la plena seguridad, es el fin mismo.
¿Pensamos a menudo en qué ocurre al otro lado del accidente? Me refiero a las sensaciones y vivencias del propio accidentado, de sus seres queridos, amigos, compañeros de trabajo… Cómo vive el propio trabajador la investigación del accidente, qué sentía encima de aquel poste, qué imagen le venía a la cabeza o qué dolor fue más grande.
Tras reflexionar un tiempo sobre estas cuestiones, me decidí a correr la aventura de entrevistarme con trabajadores que habían sufrido accidentes y que me contasen en una charla distendida a una serie de preguntas que nunca han dejado de ser una excusa a reflexionar sobre el fondo de humanidad que subyace a cada uno de nuestros actos, sean voluntarios o no.
Seguidamente hago un relato de dos accidentes eléctricos y los meses posteriores en la vida de dos personas. Los nombres son ficticios y es el resultado de la transcripción libre de las notas tomadas durante una charla amistosa y relajada. Ambos se encuentran en activo y gozan de una buena salud y hacen una vida completamente normal.
Miguel.
Tengo 43 años. Este verano estamos trabajando al cien por cien y me dirijo a la nave de mi empresa como cada mañana. Hay que repartir el trabajo de un equipo de más de cincuenta personas, cada encargo con sus dificultades y sus preguntas. No me preocupa tanto el volumen de trabajo; me preocupa más conseguir que se haga bien.
A esta hora me siento muy estresado. Salgo rápidamente a visitar cada uno de los tajos comenzando por los más importantes. Hoy tenemos que hacer la reforma completa de un centro de transformación y ya vamos con retraso, para variar, así que comienzo por ahí. Llego y veo al personal trabajando en diferentes tareas así que me dispongo a echar una mano. Cojo una herramienta, entro en el edificio y…
…no puedo llegar a la tuerca, no puedo. Sigo intentándolo y no puedo. ¿Qué hora es? Nadie me contesta y vamos con mucho retraso. ¿Qué hora es?…
Jamás he tardado tanto en despertarme. Es esa sensación después de dormir una siesta de varias horas, que no sabes dónde estás ni qué día es. Sólo que tardo varios días en despertar, que esto no es mi cama, sino la del hospital, y que tengo el cuerpo herido, sobre todo el brazo. Qué mal tengo el brazo. Me siento muy mal por estar así, herido y postrado en la cama de un hospital.
Ha pasado un mes desde el accidente y por fin me dan el alta hospitalaria. Doy las gracias al personal sanitario por el trato dispensado, pero me siento muy triste.
Estoy en casa y me recupero mejor de lo esperado. No pensaba volver a trabajar, pero me encuentro físicamente tan bien que creo que aún a pesar de las secuelas podré hacerlo, pero sigo triste, muy triste. Veo a mi mujer y a mis hijos y me preocupa mucho lo mal que lo están pasando. Y a pesar de todo, les agradezco infinitamente el amor que han demostrado por mi.
Ha pasado un año y hoy me reincorporo. Vuelvo a hace las mismas tareas, aunque creo que las iré retomando paulatinamente. Aún sigo triste, no me encuentro muy bien de de ánimos, aunque los compañeros me han recibido con los brazos abiertos y procuran no hacer comentarios respecto a lo ocurrido.
Qué difícil se hace volver a la normalidad, aunque poco a poco se va consiguiendo. He colgado el mono de trabajo y ahora sólo coordino y mando (que no es poco), no podía ser de otra manera. Y además, vivo el trabajo de manera más pausada, más tranquila, y eso lo ven mis compañeros, lo aprecian y lo aprenden. Y este enfoque del trabajo, incluye la seguridad. En mi día a día procuro inculcarles varias cosas: trabaja sin prisas, cumple los procedimientos, que tu ritmo de trabajo sea pausado, ver cada situación y pararse a pensar (qué hago, cómo lo hago y qué consecuencias tienen mis actos)… Estoy convencido de que me ven como un ejemplo.
Desde luego aquello no fue inevitable, y creo que hoy no hubiese ocurrido un accidente bajo las mismas circunstancias. Hay nuevos procedimientos y creo que son difícilmente mejorables, aunque sería de agradecer que los aligerasen un poco de tanta burocracia.
Aunque mi experiencia me dice que tanto o más que el resto de procedimientos, es la charla de los cinco minutos.
Ahora puedo pensar en el accidente con más tranquilidad.
Daniel.
Tengo 39 años. Hace muchísimo calor. Ya ha pasado todo lo peor de la jornada: el reparto de tarea en la nave, meter el cable que tanta prisa corre… Preparo el material para mañana y poco más.
Casi siempre surge algo a última hora y hoy no podía ser menos. Vamos a cambiar un fusible en una línea aérea y ya hemos terminado…
…parece que estoy un poco mareado y tengo el brazo dormido, así que le digo a mi compañero que me ayude a apoyar mi brazo en el poste para incorporarme. Lo veo muy nervioso ayudándome a bajar del poste y corriendo con el todo terreno camino del hospital. Tranquilo, que nos vamos a matar con el coche…
…no deja de venirme a la mente la imagen de mi hijo pequeño, y no sé porqué…
…ha pasado la noche y ya sé que he tenido un accidente. Me encuentro más o menos bien dentro de la gravedad, y me comentan que me operaran dentro de varios días. Estoy incómodo con todos estos cables y tubos pero ya me los quitarán.
En unos días me dan el alta hospitalaria. Creo que ha sido una buena recuperación, físicamente hablando, pero no soporto estar ni un minuto más aquí. Me encuentro con los ánimos por los suelos, muy triste: yo que no puedo parar ni un minuto y ahora tres meses en una cama. Pero lo peor es ver la preocupación de mi esposa y mis hijos, sobre todo la mayor.
Ha pasado casi un año y ya estoy trabajando y me encuentro fenomenal. Dentro de poco podré estar físicamente al mismo nivel que antes, y estoy con más ganas que nunca. Me siento apoyado por los compañeros, pero alguno no deja de señalarme con el dedo diciendo prácticamente que la culpa es mía. Se pueden cometer errores, pero yo trabajaba con seguridad antes y ahora. Y aunque veo las cosas con más madurez, con más tranquilidad si acaso, es porque he madurado por el transcurso natural de los años, no por el accidente en sí.
Por supuesto que aquel accidente no era inevitable, y pienso que hoy no se hubiese producido. Opino que se ha mejorado muchísimo, sin embargo noto demasiada presión en el trabajo que puede llegar a inducir a errores. Me refiero a toda la documentación que hay que cumplimentar en el desarrollo de trabajos; creo que es importante, pero si lo hicieran más fácil.
Eso sí, ahora le llaman la charla de los cinco minutos, aunque para mí siempre ha sido fundamental pararse un momento y reunirse para comentar cómo vamos a hacer tal trabajo y los riesgos que tiene.
Espero que estas dos visiones en primera persona de lo que les ocurrió a dos experimentados trabajadores en cierto momento de su trayectoria profesional nos ayude a no olvidar que el verdadero objetivo de la Seguridad es el Ser Humano. Es el torrente diario de preceptos legales, planes de choque, charlas, medidas correctoras…. Lo que hace que, sin quererlo, nos olvidemos de que, detrás de la ficha o del chaleco, hay una persona.
Sin embargo, soy optimista: al fin y al cabo, esto sólo acaba de empezar, y el camino que se vislumbra es apasionante…