Leí una vez que había que naturalizar la muerte con los niños pequeños, sólo así podríamos vivir de una forma sana el fallecimiento de un ser querido. Esto, que puede parecer muy sencillo, no se ha hecho con generaciones anteriores, que hoy son adultos asustados ante el paso imparable del tiempo, el azar, las enfermedades… Así, la muerte, y todo lo que la rodea, se ha escondido en el cajón de los miedos, y nadie nos enseña lo que duele, lo que asusta o lo que paraliza.
Lamentablemente hay una verdad que no se puede negar, y es que la muerte es parte de la vida, y que por tanto, donde hay vida hay también muerte.
Sea como fuere, natural, inevitable o presente en la vida, la muerte nos da miedo, mucho miedo. Y cuando de repente, por los devenires de la vida, nos toca de cerca, empieza el verdadero camino de espinas, doloroso sin comparación. Los niños cognitivamente no están preparados para entender la irreversibilidad de la muerte hasta los 7-8 años, pero nos encontramos con adultos a los que lo que más les cuesta encajar es precisamente ese “nunca más”. Y es que es en ese momento cuando más desprotegidos y más niños nos sentimos.
El proceso de duelo tiene varias fases, conocidas o no, podemos pasar por ellas en un orden o en otro, y que no nombraremos aquí pues cada proceso es único y lo vive cada persona de una manera y todas correctas. Lo que sí vamos a nombrar es una serie de TAREAS, estas sí universales, y que los dolientes deben superar:
- Aceptar la realidad de la pérdida. Esto es lo más doloroso. Entender, cognitiva y emocionalmente que nuestro ser querido no va a volver.
- Experimentar el dolor, sin negarlo. Perder a alguien duele, y tenemos que dejar que duela…
- Adaptarse a un mundo en el que el ser querido no está, y esto en mucho casos supone renunciar a rutinas y en algunos casos, a roles completos (cuidadores).
- Recolocar emocionalmente a nuestro ser querido, de tal manera que podamos recordarle con amor, sin olvidarlo claro está, y depositando nuestro afecto en aquellas personas, momentos y lugares que aún permanecen o abriendo las puertas a las nuevas que vendrán.
Este proceso, tan natural, puede cronificarse, estancarse, taponarse… si no solicitamos ayuda en el momento preciso.
Algo tan sencillo como normalizar los sentimientos, las emociones o las conductas que se nos antojan bizarras, es el primer paso en el proceso. Desde la plataforma de Asistencia Psicológica Telefónica hemos podido comprobar cómo dando un espacio de contención al doliente, ya se consigue un objetivo terapéutico.
Actualmente muchas compañías han puesto en marcha programas de apoyo al duelo, destinado a aquellos trabajadores que deben afrontar la vuelta al trabajo tras un suceso de este tipo. Estos programas, no son solo un elemento más de los beneficios sociales que las empresas ofrecen dentro de sus planes de bienestar laboral, sino que van a producir beneficios directos sobre la salud de los trabajadores y también sobre la productividad de la compañía, mejorando la salud psicológica de su capital humano, ayudándoles a reincorporarse a sus rutinas laborales más rápidamente.
Por otro lado, en los últimos tiempos el acompañamiento al duelo se ha convertido también en un nuevo servicio ofrecido por algunas compañías de seguros, que han comprendido que no sólo deben ocuparse de la salud física de sus asegurados, sino también de la psicológica. Este servicio supone que este tipo de entidades velan por el bienestar global de sus asegurados procurándoles un acompañamiento en la transición al duelo. Es una medida muy bien acogida y valorada por parte de los usuarios, que en muchos casos mantienen un seguimiento con los psicólogos especialistas en duelo, siendo éstos un acompañamiento indispensable en el proceso.