LOS TÉCNICOS DE PRL, SOMOS LOS “PSICÓLOGOS” DE LA EMPRESA ¿LO HABÍAS PENSADO ALGUNA VEZ?
(Reflexiones en voz alta)
Te pregunto si lo habías pensado antes, no de forma gratuita, sino porque yo tampoco.
En mis reflexiones frecuentes de porqué nuestra profesión es como es, en relación a las dificultades que se nos presentan continuamente en nuestra profesión, me acabo de dar cuenta de la similitud de nuestra situación con la de estos profesionales de índole pseudosanitaria.
¿Cómo he llegado a esta conclusión? Simplemente pensando en qué es lo que trata de hacer la prevención de riesgos laborales en la empresa, y entiendo que básicamente es: gestionar las posibles disfunciones del funcionamiento empresarial, en cuanto a lo que hace y cómo lo hace, no sólo en lo evidente, sino también en lo más intangible.
Imagino la empresa como una entidad, semejante a una persona, en cuanto a que está conformada por sistemas que desarrollan procesos, órganos que desempeñan tareas y células que acometen funciones. Cuando algo falla, cuando el trabajo no es óptimo, se resiente y debilita, a veces de forma más evidente y en otras, pasa más desapercibido. Digamos que esta falta de eficiencia, podría catalogarse en tres niveles:
- Falta de rentabilidad y enriquecimiento económico.
- Déficit en la calidad del producto o servicio realizado.
- Disfunciones en la identidad propia de empresa, en cuanto al análisis de sus procesos, tareas y funciones concretas.
En base a estos niveles, podríamos decir que en el primero, actuarían los “médicos” cuando los problemas económicos aparecen, como objetivo principal de la empresa, que es, y pronto producirá “quejidos” que reflejen que necesita un cambio inminente, si no quiere perder la vida y cerrar. Es decir, son aquellas “dolencias” que afectan a la propia supervivencia de la empresa en términos de balance económico, su parte más “biológica”, digamos. Los profesionales necesarios, en este caso, serían los asesores y consultores al uso, que le aportarán las soluciones posibles.
Para paliar los déficits de calidad, se sirven de especialistas de este área, que digamos, serían una especie de “sacerdotes” o “asesores espirituales” que tratan de reconducir los resultados hacia “el buen camino”, que no es otro que el de la satisfacción de las necesidades del cliente, “su Dios”.
Por último, las disfunciones en la identidad a las que nos referíamos, afectan a lo más profundo de su ser, a esas cuestiones en las que, a pesar de que sus capacidades orgánicas (rentabilidad) funcionan a priori, y sus clientes son conformes (calidad), no se consiguen los objetivos óptimos, sino que existen alteraciones que subyacen a lo evidente y derivan en problemas más o menos relevantes, que reducen su máximo potencial. En ese nivel, intervenimos los Técnicos de PRL, con soluciones de seguridad, de higiene, ergonómicas o psicosociales en todo aquello que la empresa hace.
Porque las situaciones peligrosas son las que potencialmente causan ese tipo de disfunciones, absolutamente características de los procesos, tareas y funciones que la empresa realiza, digamos que es como “su comportamiento”. Por eso, los técnicos de PRL, pretendiendo que se alcance la mejor manera de hacer las cosas, tratan de detectar aquellos puntos altamente sensibles, capaces de generar los sucesos indeseados que, de manifestarse, afectará de forma negativa a los recursos y a la productividad a través de los daños causados a instalaciones, equipos y personas, es decir, a la propia empresa, principalmente. Se deberá para ello, valorar la gravedad potencial y tratar de conocer el camino hacia su evitación o resolución. Es decir, como el psicólogo, analiza la esencia de la vida de su paciente, al detalle, y trata de canalizarla hacia la solución satisfactoria que evite las anomalías, no de producto, ni de rentabilidad, sino de funcionamiento en sí mismo.
Consecuente a esta analogía, en la empresa, al igual que en la consulta clínica, deberá existir un factor cuya presencia es absolutamente fundamental: que ella misma desee el cambio hacia la mejora, si no, todo el trabajo que se intente, realmente, será inútil, porque en ambos casos, los especialistas son agentes externos al funcionamiento del proceso propiamente dicho.
En definitiva, pues, las disfunciones que tratamos los técnicos de prevención, potencialmente pueden afectarle de forma determinante a la funcionalidad de la empresa, y dificultar en cierto grado la consecución óptima de su objetivo, de la misma forma, que la carencia en el equilibrio psicológico perturba la autorrealización de la persona. Pero, sin embargo, debemos darnos cuenta de que no todos acudimos al psicólogo con frecuencia, sino que, si los efectos negativos de la carencia de tratamiento no son muy significativos, y las pérdidas son asumibles, pudiendo convivir con ello, se acepta cierto grado de “locura”, aunque no alcancemos el mejor resultado en nuestras vidas. Me pregunto si sucede esto mismo en las empresas, y creo que la respuesta es afirmativa.
Las Instituciones han decidido, con buen criterio, procurar evitar la posibilidad de que se produzcan este tipo disfunciones en el ámbito laboral, tratando de empujar a las empresas hacia una excelencia que muchas no se plantean. La necesidad surge por el hecho de que los accidentes y enfermedades profesionales comportan consecuencias muy importantes para el conjunto de la Sociedad, extralimitando a la propia entidad empresarial. Sin embargo, tal y como se ha planteado nuestra función técnica para lograrlo, puede estar ocasionando problemas, ya que al tratar de llegar nuestro diagnóstico de similar manera a todos (tanto a los más sanos, como a los menos cuerdos), no tenemos en cuenta que muchos consideran que no lo necesitan, viéndolo como una imposición innecesaria y costosa en recursos económicos y de otras índoles, que deriva en una actitud resistente que volverá inútil cualquier intervención, sea cual sea su estado real.
Dicho de otra manera, y volviendo a compararlo con lo personal, imaginemos que a todos nosotros, sin pedirlo ni desearlo, nos exigen hacernos un chequeo psicológico periódico y frecuente, pagado por nosotros, y en el que nos dirán el grado de “locura” (que siempre existirá en mayor o menor cantidad), sin que percibamos previamente que necesitemos modificar nuestra conducta, porque, más o menos, funcionamos de una forma medianamente aceptable. ¿Se parece esto a la PRL que se exige a las empresas en la actualidad?
Es evidente que a las empresas les viene muy bien una revisión de un buen técnico en PRL, de la misma manera que todos necesitamos un psicólogo, al menos, en algunos momentos de nuestras vidas, pero, normalmente… ¿Lo asumimos y buscamos? ¿Aceptamos un diagnóstico sobre nuestro comportamiento? ¿Estamos dispuestos a cambiarlo? Pues eso…
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