En tiempos de crisis el trabajo se convierte en una gran amenaza. Tanto si lo tienes como si lo pierdes. Muchos de hecho lo han perdido ya, o lo van a perder, y lo pasan mal. Los que se quedan tampoco lo pasan bien. Son menos, tienen que sacar a delante el trabajo de más, y se sienten amenazados de perderlo. Así pues, en estos tiempos está más indicado que nunca prevenir la aparición de complicaciones laborales, como la sobrecarga o el burnout.
¿Qué es el burnout?
Esta palabra equivale a “estar quemados”, o más correctamente a un estado de fatiga o agotamiento por desgaste laboral. Fue una idea afortunada, introducida por H. Freudemberguer, psiquiatra de una clínica de toxicomanías de Nueva York, en 1974, y posteriormente difundida por la C. Maslach (1977), quien además ideo los primeros test para medirlo. El concepto rápidamente cobró auge entre psicólogos, psiquiatras, sociólogos y, sobre todo, en ambientes mediáticos y sindicales, pues recogía de forma sencilla y clara las quejas y reivindicaciones laborales. Más tarde la OMS lo incluyó en la CIE-10, no como enfermedad, sino como factor de riesgo para la salud.
Más concretamente se podría definir como un tipo de estrés laboral que se acontece en los profesionales que mantienen un contacto constante y directo con los beneficiarios de su trabajo, especialmente cuando entre ambos media una relación de ayuda o servicio. Por lo tanto el personal sanitario y docente, los que trabajan en servicios sociales, o de cara al público, son los más susceptibles de padecerlo. La definición más aceptada es la de Maslach y Jackson: “Una respuesta inadecuada a un estrés laboral con implicaciones emocionales, de carácter crónico, y cuyos rasgos principales son el agotamiento físico y psicológico, la actitud fría o despersonalizada hacia los demandantes del servicio, y el sentimiento de fracaso en lo que se está realizando por parte del trabajador.
Las causas siempre son diversas e interaccionan entre ellas. Las más típicas son:
- La relación laboral complicada entre el medio laboral, el equipo profesional y los clientes.
- Las diferencias entre las expectativas laborales y la realidad.
- La implicación constante con personas que sufren, en una relación cargada emocionalmente.
- La sobrecarga de trabajo, unida a la falta de estímulos.
- Las bajas expectativas de refuerzos y reconocimientos, y las altas previsiones de sanción o castigo.
- Pero lo habitual es que se observen varias al tiempo, actuando sobre profesionales mal preparados, poco motivados o sobrecargados.
Los efectos negativos del burnout son muchos, especialmente sobre la salud mental, como trastornos psicosomáticos, hipertensión, fatiga crónica, cefaleas, insomnio, trastornos gastrointestinales, ansiedad, depresión, abuso de drogas legales e ilegales y aumento del riesgo de suicidio.
Por otra parte a nivel de relaciones se observan conductas hostiles y defensivas, con aislamiento, negación, desplazamiento, irritabilidad, impulsividad, cinismo, etc.
Obviamente estar quemado conlleva además consecuencias laborales muy negativas, como insatisfacción propia, malas relaciones y deterioro del ambiente laboral, disminución de la calidad del trabajo, absentismo, reconversión profesional y abandono de la profesión. Y también tiene consecuencias personales y familiares, como incomunicación, abandono de amistades, divorcio, etc.
En definitiva padecer burnout es una de las mejores maneras de acabar con la salud y el bienestar de quien lo padece y los que le rodean. Convivir con una persona quemada en el trabajo o en la familia es difícil. Trasmiten malas “vibraciones”, pesimismo, hostilidad y sensación de fracaso laboral y personal. Los quemados queman a los demás.
Lo que no sabemos a ciencia cierta es si los trabajadores se quemaban antes más o menos que ahora. Desde el ámbito de la salud mental debemos ser precavidos, ya que se corre el riesgo de confundir nuevos conceptos psico-socio-laborales con enfermedades mentales genuinas, o bien ocultar bajo su capa otras conductas negativas y peculiarmente humanas, como la pereza, la negligencia, el escaqueo, la falta de preparación, o la simple búsqueda de beneficios y ganancias personales, administrativas o legales.
En este sentido, se ha postulado que las peculiares condiciones laborales actuales, con la nueva ética del compromiso profesional reemplazando al deber laboral, la autoexigencia como forma sintonía con los fines de la empresa, la hipercompetencia del mercado, el aumento de demandas y exigencias en los trabajos sociales, la prestación rápida y cambiante de los servicios, el incremento del listón en las evaluaciones de calidad, la exigencia de relaciones empáticas y humanas en los trabajos, las prisas, etc. acaba agotando al profesional. Eso parece, a tenor de los numerosos estudios que han demostrado que los profesionales menos preparados son más vulnerables, especialmente los que no dominan las habilidades relacionales y sociales, no disponen de empatía profesional, o no están preparados para manejar los conflictos humanos.
¿Cómo se detecta y se mide?
El método más utilizado es el inventario “MBI” de Maslach y Jackson de 1981. Consta de 22 ítemes, y su estudio psicométrico evidenció que lo compone tres factores esenciales:
- Agotamiento Emocional (AE): Su puntuación es directamente proporcional a la intensidad del síndrome, es decir a mayor puntuación mayor es el grado de BO.
- Despersonalización (DP): Su puntuación también guarda proporción directa con la intensidad del BO.
- Realización Personal (RP): La puntuación es inversamente proporcional al grado de BO, es decir a menor puntuación más afectado esta el sujeto.
Pero en nuestra opinión, tras haberlo utilizado frecuentemente, y haber realizado varias investigaciones con él, se trata de un método de evaluación poco útil, ya que no da una medida clara, concreta y tasable del grado de afectación de cada persona. Por eso realizamos hace años un intento de agrupamiento de sus itemes principales hasta seleccionar seis preguntas que constituyen el núcleo del burnout. Tras someterlo a un estudio de fiabilidad se publicó bajo el nombre de Test CUBO, que tiene la ventaja de ser corto, fácilmente aplicable, y dar una medida simple y fiable de la “intensidad” del burnout que sufre una persona.
CUBO (Cuestionario de Burnout de Burgos)
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Las siguientes preguntas se refieren al desempeño de su trabajo habitual. Por favor contéstelas de la forma más libre y sincera posible, anotando en cada casilla una de las siguientes puntuaciones:
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Nunca me ha ocurrido
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Rara vez me sucede, casi nunca
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Me sucede a veces, algunos días
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Me sucede con frecuencia, la mitad de los días
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Me sucede muy a menudo, muchos días
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Me sucede casi siempre, es raro que algún día que no me ocurra.
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Sólo de pensar en el trabajo que me espera, me siento cansad@ y pienso que no voy a poder con ello.
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El trabajo diario me agota tanto que ya no me siento con ganas de hacer nada más y está afectando a mi vida privada, familia o aficiones
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Cuando pienso en cómo está mi trabajo y mi profesión, pienso que me he equivocado al elegirla.
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Tengo la sensación de que mi trabajo no se valora, que no se reconoce ni estima lo que hago.
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Me siento tan tens@ o nervios@ que he tenido tomar algo (tranquilizantes, alcohol…) para relajarme, dormir o incluso para trabajar.
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Me siento presiona@ y por l@s clientes, me da miedo enfrentarme a ell@s, y a menudo me pongo a la defensiva.
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Total
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¿Hay soluciones?
Se sabe que las soluciones efectivas casi nunca consisten en cosas tan concretas como aumentar el sueldo o dar más vacaciones, sino que pasan por preparar mejor a los trabajadores para que sean buenos profesionales, en sentido estricto.
En efecto, la mejor prevención consiste en aumentar la resistencia frente a las adversidades laborales. Para ello lo mejor es fortalecer la “profesionalidad”, en el sentido etimológico del concepto. La propia palabra “profesión” y sus derivaciones (profesional, profesor, profesar) esconden la clave del riesgo de padecer burnout y su solución. Provienen del griego phemi, de donde deriva hablar, y del latín “pro-fateri”, que significa declarar públicamente el compromiso con lo que uno es y hace. Es decir el buen “profesional” no es el que conoce, practica y domina una técnica, oficio o arte, sino el que domina sus esencias y fundamentos, reconoce sus capacidades y límites, y procura promocionarlo y expandirlo. Ese suele complacerse en hablar bien de lo que hace y es, lo critica pero lo asume, lo aprende y enseña. Estamos de acuerdo con Hughes cuando dice: “Los profesionales profesan… que conocen mejor que los demás la naturaleza de ciertos temas… y que saben mejor que sus clientes lo que les aflige… pide que se confíe en él… el cliente debe confiar en su criterio y preparación. A cambio el profesional solicita protección ante cualquier consecuencia desafortunada de sus acciones…”.
La vocación es otra buena defensa. Vocación significa sentir la llamada que te impulsa a perseguir algo, pero no se puede sentir una llamada de o hacia algo que no se conoce. Por eso la vocación suele ser posterior a la profesión y no anterior. Es la tendencia a amar, a querer, a respetar lo que se hace. Amar lo que haces es lo contrario de ganarse el pan con el sudor de la frente. Ya lo dijo J. P. Sartre “Felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace”. Asimismo amar lo que haces te lleva a poder “presumir” de tu trabajo y tus clientes, a instruirte y perfeccionar tus habilidades, y a buscar los recursos necesarios para protegerte frente a las pequeñas “enfermedades” laborales de cada día. Obviamente los buenos profesionales también se fatigan, pero no se queman, y basta con descansen o cambien de modalidad o destino laboral, para que vuelvan a reencontrar el sentido, la sensibilidad y la eficacia en lo que ejercen. Los buenos profesionales disfrutan, innovan, crean, investigan, avanzan, comparten sus preocupaciones y éxitos con sus allegados, y parecen sanos y felices. Alguien que alcanzó este punto dijo que “felicidad es no saber si lo que haces a diario es diversión o trabajo”.
No sé si eso es posible, pero si sé que eso es lo contrario del burnout. Para saber más: jgandara@saludcastillayleon.es