Como bien sabemos, desde el punto de vista psicosocial, la prevención primaria está dirigida a evitar o amortiguar las fuentes de estrés en la empresa para reducir al mínimo las posibilidades de que se produzca un daño mental, emocional y psicosomático.
Una de las intervenciones preventivas más potentes que conocemos en la actualidad es el desarrollo de competencias socioemocionales del equipo directivo.
La inteligencia emocional de cada miembro directivo, especialmente la del máximo ejecutivo, es crucial para generar y mantener un clima saludable a la vez que rentable.
Como el tema de la gestión emocional está tan “manoseado” a menudo se percibe como una cuestión baladí o “ñoña”. Nada más lejos de la realidad.
Debe quedar claro que hablar de emociones no es sentimentalismo, es hablar y trabajar desde la pluralidad para contar con las necesidades de los demás en el logro de objetivos.
Hablar de emociones en la empresa no es sensiblería, es dirigir y liderar con auctoritas non potestas.
Si además de desarrollar las habilidades de percepción, comprensión y manejo de las propias emociones y las de los demás, el equipo directivo sabe y reconoce que las personas somos seres emocionales con capacidad para pensar y no al revés (seres racionales con capacidad para emocionarse), el beneficio de implantar una estrategia emocional en la empresa puede tener un crecimiento exponencial.
Implantar una estrategia emocional en las organizaciones, supone una inyección de lubricante al resto de estrategias corporativas (financiera, marketing, ventas, expansión, etc.).
Las competencias emocionales producen y mantienen un clima de trabajo que facilita y potencia el compromiso, la satisfacción, la excelencia y el rendimiento de los equipos de trabajo.
Esto ocurre porque la inteligencia emocional es una excelente herramienta que permite focalizarse en los obstáculos y no en las personas, al comprender cómo sus sentimientos impactan en el pensamiento y el comportamiento.
“Esto permite al directivo ser duro con los objetivos y suave con las personas”
El directivo o responsable de equipo, emocionalmente inteligente, sabe perfectamente qué tipo de emociones debe generar en sus colaboradores dependiendo del tipo de tarea que deben llevar a cabo.
Si quiere generar pensamiento creativo o lateral, generará un clima de alegría moderada. En cambio, si lo que quiere es que su equipo analice el trabajo ya realizado antes de entregarlo al cliente para detectar posibles errores, generará un clima emocional moderadamente negativo.
Además, sabrá perfectamente que si su equipo percibe falta de equidad, injusticia y presión desmedida de forma continua, se producirán emociones que “desactivarán” progresivamente la motivación necesaria para llevar a cabo esfuerzos mantenidos en el tiempo, llevándoles a hacer lo mínimo para subsistir.
Con el tiempo, esto puede llevar a las personas a padecer burnout, a elevar la tasa de absentismo o a provocar enfermedades psicosomáticas. Algo que la empresa, estoy seguro, no quiere que se produzca.
Las personas tenemos una gran capacidad de adaptación, aguante y empuje, pero no somos máquinas indestructibles. Necesitamos cierta estabilidad emocional, reconocimiento social y descanso diario (no anual) para recuperarnos.
El día que los máximos ejecutivos aprendan esto y lo lleven a la práctica, se producirá un salto cuantitativo y cualitativo en sus organizaciones que le llevará a preguntarse, ¿Por qué no implanté antes una estrategia emocional?
Juan Pedro Sánchez
Psicólogo del Trabajo y las Organizaciones
www.lapalancadelexito.com
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