De un tiempo a esta parte ha surgido una inquietud creciente en gran parte de la población acerca de los posibles riesgos para la salud humana que puedan tener las antenas base de las redes de telefonía móvil. Un tema polémico y complejo. Mucha parte de esta inquietud proviene de “hacerse visible” el considerado foco del peligro, en este caso las antenas de telefonía móvil. Es curioso que en algún lugar en dónde ha habido polémica con este asunto ha sido porque los ciudadanos se han dado cuenta un buen día que se había instalado una antena bien visible e identificable en algún lugar cerca de zonas de tránsito y de presencia habitual de personas. Lo curioso es que si realmente comprobamos dónde están situadas a día de hoy todas las antenas de telefonía móvil podemos llevarnos muchas sorpresas. La gran mayoría están situadas en puntos elevados (tejados, azoteas, torres…) de forma que pasan totalmente desapercibidas para el público en general. Si se quiere saber dónde están ubicadas todas las antenas de telefonía móvil en nuestro país pueden verse en el portal https://geoportal.minetur.gob.es/VCTEL/vcne.do del actual Ministerio de Industria, Turismo y Agenda Digital en dónde pueden consultarse también los distintos niveles de energía electromagnética emitida por cada una de estas antenas. Si vivimos en una ciudad es muy probable que estemos ahora mismo a menos de unas pocas decenas de metros de una antena, y puede observarse también que muchas están próximas a centros escolares, parques infantiles o establecimientos sanitarios.
La inquietud por los posibles riesgos y efectos en la salud de las personas que puedan tener estas antenas es lógica y razonable entre la población en general. Las nuevas tecnologías suelen tener este efecto; el miedo a lo desconocido, a lo novedoso y a lo difícil de entender, puede afirmarse que esta es una característica atávica de nuestra especie. En concreto, al electromagnetismo en general y a las ondas hertzianas en particular, siempre ha existido cierta inquietud por sus posibles efectos ya incluso desde antes de las primeras transmisiones radiofónicas allá a principios del siglo XX.
De hecho, a comienzos del siglo XX, el temor a los devastadores efectos de la recién inventada radio por Marconi y Tesla estaba bastante extendido entre la sociedad, se creía entre otras cosas que la radio era responsable de sequías, lluvias torrenciales e incluso de temibles terremotos y que podía causar alucinaciones o trastornos mentales.
Lo cierto es que a día de hoy vivimos rodeados de radiación electromagnética. Cada segundo nuestro cuerpo, estemos dónde estemos, es atravesado por millones de ondas electromagnéticas, muchas de ellas generadas de manera artificial, fundamentalmente ondas de radiofrecuencia (radio, TV, telefonía móvil, wifi…). A lo largo de nuestra vida también recibimos dosis elevadas de radiación electromagnética en determinadas intervenciones como en resonancias magnéticas o en radiografías de rayos X (éstas de carácter ionizante del mismo tipo que las de desintegración nuclear atómica).
También recibimos radiación de origen natural, fundamentalmente del Sol, aunque también de la propia Tierra e incluso de otros seres vivos. Los cuerpos de los seres vivos, incluido por supuesto los nuestros, emiten permanentemente radiación electromagnética, gran parte de ella en el rango de infrarrojos proveniente de nuestra temperatura interna, pero también radiación en el rango visible (de 390nm a 750nm) aunque no es perceptible por nuestros ojos y en menor medida a otras frecuencias.
En cuanto a los valores de energía electromagnética emitida por las antenas de telefonía móvil a las distancias accesibles por el público son muy inferiores a las que se pueden percibir por otros aparatos de uso común, como por ejemplo los hornos microondas o los secadores de pelo. Incluso el mismo uso de teléfonos móviles, con su uso pegados a la cabeza, supone mucha mayor exposición a radiación electromagnética que la que se pueda percibir normalmente por las antenas base de telefonía móvil.
La radiación generada por la telefonía móvil se sitúa en el espectro electromagnético dentro de la radiación de radiofrecuencias que son las ondas del espectro de mayor longitud de onda, menor frecuencia y de menor energía por longitud de onda [ energía de su partícula elemental, el fotón: E= hc/λ = hδ , donde h=constante de Plank (6.63 x 10-34 J.s); c=velocidad de la luz (3 x 108 m/s); λ=longitud de onda (m); δ=frecuencia (Hz) ].
Dentro de esta radiación de radiofrecuencia se encuentran incluidas las transmisiones de radio, de televisión, de radar, de sonar y de telefonía móvil entre otras. En concreto las frecuencias utilizadas normalmente para la telefonía móvil se mueven entre los 800MHz y los 3.000MHz aproximadamente, frecuencias inferiores a las de la luz y, por supuesto, a las de la radiación ionizante.
A día de hoy la radiación electromagnética no-ionizante está considerada por la International Agency for Research on Cancer (IARC), agencia dependiente de la OMS (Organización Mundial de la Salud), como agente cancerígeno de categoría 2B: posible cancerígeno según estudios en animales.
La determinación de que un agente causa cáncer en humanos es muy compleja y difícil. Los casos se basan en datos probabilísticos, de forma que por estudios epidemiológicos, se llega a la conclusión de que estar expuesto a un agente determinado aumenta la probabilidad de contraer determinados cánceres. En algunos casos, los estudios epidemiológicos son complicados de realizar, pues se trata de posibles agentes cancerígenos con probables efectos que se materializan muchos años después de las exposiciones y porque a veces el número de individuos y de casos de cáncer que se pueden estudiar representa una muestra demasiado pequeña para poder sacar conclusiones concluyentes. En algunos casos, no se conoce que un agente puede causar efectos cancerígenos hasta décadas después de haberse iniciado una exposición extendida a mucha población. Así pasó con el amianto y hasta con el tabaco. Esto evidentemente debe conllevar que se tengan las precauciones necesarias con aquellos agentes que pueda sospecharse que puedan causar efectos sobre la salud humana a largo plazo, como los teléfonos móviles y las redes de telecomunicaciones.
Las sospechas de que un agente pueda causar cáncer u otros efectos a largo plazo muchas veces se basan en ensayos en animales, con las limitaciones que ello implica. El organismo humano y su funcionamiento difieren en gran medida del de los animales usados habitualmente en los ensayos. En algunos casos, por las características, disposición o ubicación de los focos a estudiar, no es sencillo realizar estos ensayos con animales, como por ejemplo con las antenas de telefonía móvil. No es sencillo realizar ensayos con animales en las proximidades de las antenas. Tampoco pueden realizarse los ensayos con animales en tiempo real de exposición, que puede ser de años.
A día de hoy se considera que hasta en dosis moderadas, e incluso muy bajas, las radiaciones ionizantes aumentan la probabilidad de contraer cáncer, y que esta probabilidad aumenta con la dosis recibida. Esta radiación presenta energía suficiente capaz de “ionizar” las partículas con las que se encuentra en su trayecto, extrayendo los electrones de sus estados ligados al átomo. La radiación ionizante es un tipo de energía liberada por los átomos en forma de ondas electromagnéticas (rayos gamma o rayos X) o partículas (partículas alfa y beta o neutrones). La desintegración espontánea de los átomos se denomina radiactividad, y la energía excedente emitida es una forma de radiación ionizante.
Al igual que con la radiación no-ionizante, las personas estamos expuestas a diario a radiación ionizante tanto de origen natural como artificial generada por actividades humanas. La radiación natural proviene de muchas fuentes, como los más de 60 materiales radiactivos naturales presentes en el suelo, el agua y el aire. El radón es un gas natural que emana de las rocas y la tierra y es la principal fuente de radiación natural. Diariamente inhalamos e ingerimos elementos radiactivos presentes en el aire, los alimentos y el agua.
Asimismo, estamos expuestos a la radiación natural de los rayos cósmicos, especialmente a gran altura. Por término medio, el 80% de la dosis anual de radiación de fondo que recibe una persona procede de fuentes de radiación natural, terrestre y cósmica.
Dentro de sus conocidas monografías temáticas sobre agentes cancerígenos, la IARC publicó en el año 2013 su Monografía 102: Non-ionizing Radiation, part 2: Radiofrecuency Electromagnetics Fields (Radiación No-ionizante, 2ª parte: Campos Electromagnéticos de Radiofrecuencia). Las conclusiones a las que llega son que los estudios realizados hasta el momento no son determinantes para catalogar a las radiaciones no-ionizantes como agente cancerígeno reconocido, pero que puede haber indicios de que pueden generar algunos tipos de canceres y que en ensayos en laboratorio con animales se ha probado el aumento de la incidencia de determinados cánceres por exposición a radiación electromagnética no-ionizante. Digamos que son “sospechosas” de poder causar cáncer en humanos. Como ya se ha indicado, este tipo de agentes la IARC los clasifica con la categoría 2B y realmente no son considerados de momento cancerígenos reconocidos a todos los efectos. Es importante indicar que los estudios que respaldan esta catalogación 2B de la IARC están centrados en la posible incidencia del uso personal de teléfonos móviles no en la de las antenas base de telefonía móvil.
Entre otros agentes que la IARC incluye en este grupo de posibles cancerígenos de categoría 2B (con un total de 292 agentes), se encuentran el café, los polvos de talco, el aloe vera o la naftalina.
En una categoría superior, la 2A: probables cancerígenos según estudios en humanos y en animales (81 agentes), se encuentran agentes como las estufas de carbón, la combustión de biomasa, el turno de noche o las carnes rojas.
Entre los agentes de categoría 1: cancerígenos confirmados para los humanos (119 agentes), la IARC incluye la carne procesada, la píldora anticonceptiva, el polvo de madera o el alcohol junto a los más conocidos como el tabaco, la radiación solar, el asbesto, la combustión de motores diésel o los rayos X.
En el ámbito laboral, los agentes cancerígenos están regulados por el R.D. 665/1997, de 12 de mayo, sobre la protección de los trabajadores contra los riesgos relacionados con la exposición a agentes cancerígenos durante el trabajo. Según este real decreto se consideran como agentes cancerígenos los establecidos como cancerígenos de 1ª ó 2ª categoría establecidos en la normativa vigente relativa a notificación de sustancias nuevas y clasificación, envasado y etiquetado de sustancias peligrosas y también los mencionados en el propio anexo I del Real Decreto 665/1997.
Las normativas que se citan son el Real Decreto 363/1995, de 10 de marzo, y el Real Decreto 255/2003, de 28 de febrero, respectivamente, y sus sucesivas modificaciones. Ambos decretos incluyen en sus respectivos Anexos VI y II los criterios de clasificación.
En concreto para conocer si una sustancia o agente está clasificado como cancerígeno o mutágeno laboral debe consultarse el Reglamento (CE) Nº 1272/2008, lo cual puede hacerse a través de la base de datos INFOCARQUIM del INSHT (http://infocarquim.insht.es:86/Forms/About.aspx).
Para las radiaciones electromagnéticas no-ionizantes la principal normativa a considerar son:
- Real Decreto 1066/2001, de 28 de septiembre, por el que se aprueba el Reglamento que establece condiciones de protección del dominio público radioeléctrico, restricciones a las emisiones radioeléctricas y medidas de protección sanitaria frente a emisiones radioeléctricas.
- Real Decreto 486/2010, de 23 de abril, sobre la protección de la salud y la seguridad de los trabajadores contra los riesgos relacionados con la exposición a radiaciones ópticas artificiales.
- Real Decreto 299/2016, de 22 de julio, sobre la protección de la salud y la seguridad de los trabajadores contra los riesgos relacionados con la exposición a campos electromagnéticos.
En particular, para el público en general la normativa a considerar es el primero de los reales decretos indicados, el R.D. 1066/2001, y es en dónde se incluyen las antenas de telefonía móvil.
Es muy importante aclarar que los valores que indica este real decreto sobre las limitaciones de exposición a la radiación emitida no están calculados ni establecidos para posibles efectos a largo plazo como el cáncer. A día de hoy se desconocen estos posibles efectos y los mecanismos de incidencia, que en todo caso, estarán regidos, entre otros factores, por los niveles de radiación recibidos y los tiempos de exposición a los mismos, es decir, de las dosis totales adquiridas.
El Real Decreto 1066/2011 establece unas restricciones básicas dependiendo de cada frecuencia, que serían los niveles que no deben sobrepasarse en ningún momento en zonas accesibles por personal ajeno a las instalaciones de telecomunicación.
La densidad de potencia (S) es la magnitud utilizada para frecuencias muy altas, donde la profundidad de penetración en el cuerpo es baja. Es la potencia radiante que incide perpendicular a una superficie, dividida por el área de la superficie, y se expresa en vatios por metro cuadrado (W/m2).
A su vez, el real decreto establece también los niveles de referencia. Estos niveles se ofrecen a efectos prácticos de evaluación de la exposición, para determinar la probabilidad de que se sobrepasen las restricciones básicas. Algunos niveles de referencia se derivan de las restricciones básicas pertinentes utilizando mediciones o técnicas computerizadas, y algunos se refieren a la percepción y a los efectos adversos indirectos de la exposición a las emisiones radioeléctricas. El cumplimiento del nivel de referencia garantizará el respeto de la restricción básica pertinente. Que el valor medido sobrepase el nivel de referencia no quiere decir necesariamente que se vaya a sobrepasar la restricción básica. Sin embargo, en tales circunstancias es necesario comprobar si ésta se respeta.
Las antenas de telefonía móvil se sitúan normalmente en el rango de 400 MHz – 2.000MHz, por lo que el nivel de referencia en densidad de potencia se calcularía fi/200 siendo el más restrictivo: 400 / 200 = 2 W/m2 à 200 µW/cm2 . Es decir, cualquier medición de densidad de potencia emitida por una antena de telefonía móvil no debe superar en cualquier caso este valor de 200 µW/cm2 . Así se indica en la información que aporta el portal del Ministerio acerca de cada una de las antenas instaladas en nuestra geografía. No obstante, es necesario insistir en recordar que estos valores y limitaciones, no están en ningún caso determinados ni establecidos para evitar cualquier posible efecto a largo plazo en la salud humana de tipo cancerígeno o mutágeno. Tal y como explica el real decreto, y se ha expuesto anteriormente en el presente artículo, están establecidos fundamentalmente para evitar otros posibles efectos adversos a corto plazo sobre el sistema cardiovascular, el sistema nervioso central o el sobrecalentamiento de tejidos.
Con la radiación de telefonía móvil, como con todos los agentes sospechosos o dudosos de poder tener efectos cancerígenos o mutágenos en las personas, debe actuarse siempre bajo el principio de prudencia y precaución, debiendo ser conscientes que a día de hoy no hay evidencia científica clara de que puedan causar cáncer en humanos pero que es necesario tener en cuenta sus posibles efectos a largo plazo y tratar de evitar en lo posible las exposiciones a la radiación emitida por las antenas al mayor número de personas.
Prevencionar se reserva el derecho de reproducir o ceder sus contenidos en otros medios, obligándose a citar fuente y autor. Queda expresamente prohibida la reproducción total o parcial de los mismos sin autorización expresa. Prevencionar no se hace responsable de las opiniones expresadas en los artículos y/o entrevistas. Si quieres participar en el apartado artículos y/o entrevistas mandamos un mail a: redaccion@prevencionar.com
El artículo más leído (entre los publicados a lo largo del año 2017, hasta el 30 de septiembre de 2017) recibirá un Premio en el Congreso Prevencionar