Cuando se me ocurrió éste término, a semejanza de la corriente de moda del “paciente empoderado”, lo que echaba en falta y a lo que quería enfrentarme es a ir más allá de la prevención de los riesgos en el trabajo, al no estar del todo satisfecho con la corriente de la “Felicidad en el trabajo”.
Por supuesto, en cuanto lo he buscado, he descubierto que no soy original, y que otros han utilizado el término antes y seguro que mejor que yo. Pero me propongo desarrollarlo, fomentarlo y en lo posible, ayudar modestamente a instaurarlo.
Y todo ello odiando profundamente el término de “empoderado”. Pero después de haber discutido y leído a otros muchos mejores que yo, no veo que nadie haya conseguido unificar en un término en Lengua Española todo lo que ese anglicismo quiere describir, un compendio de información, decisión, competencia y responsabilidad.
Entre los que proclaman el sufrimiento necesario asociado al trabajo, un lugar lúgubre donde no vamos a pensar, ni a desarrollar nuestras capacidades, sino a cumplir un horario y unas tareas, donde no se va a hacer amigos, donde siempre se te paga menos de lo que mereces, un castigo bíblico necesario, y los propulsores de la realización personal, la creatividad, la alegría, el desarrollo de las capacidades y descubrimiento de las nuevas, y en suma la instauración de la felicidad en el trabajo, quizá seamos capaces de desarrollar una teoría coherente.
Necesariamente debe tener elementos de ambos extremos, matizados. El trabajo no es una fuente de placer y bienestar, pero como sea un lugar inhóspito, agresivo, inhibidor de pensamientos y sentimientos, será una fuente de malestar y con mucha probabilidad de enfermedad física y psíquica.
No todos los trabajos pueden ser gratificantes, y los hay francamente desagradables. Pero hasta en esos hay necesidad de contacto humano, de respuestas satisfactorias, de relativización de los problemas, de compartir asuntos mundanos.
Quizá es exagerado pretender que vayamos con cara risueña por los pasillos, que cuando los clientes llamen a regañarnos por no haber recibido el pedido mantengamos una sonrisa beatífica, y vayamos a comprobar si el transportista ha hecho su trabajo aprovechando a preguntarle pos sus planes de fin de semana…
Pero igual de exagerado es sentir durante 40 horas a la semana que uno es castigado, aplastado, como si estuviera en galeras (broma que todos hemos hecho en alguna ocasión).
Yo estoy de acuerdo con los que creen, incluso dicen, que al trabajo no se va a hacer amigos. Pero intento mantener una buena relación con los compañeros de trabajo. Y eso incluye hablarles de mis hijos, o contarles la película que vi ayer, y preguntarles por su fin de semana.
Soy de los que silba por los pasillos del sótano, pero también de los que me disgusto, y mucho con los contratiempos, con mis errores, cuando las cosas salen mal.
Empoderar al trabajador simplemente debería considerarse darle información sobre él, sobre su puesto, sobre la marcha de la empresa, vaya bien o mal. Confiar en él. No decirle cuando las cosas no van bien que “no es nada personal, solo son negocios”. Es querer que el trabajador sea fiel a la empresa pero demostrándole que la empresa es fiel con los trabajadores. Es poder exigirles algo más que el cumplimiento del horario estricto, pero ser capaces de dar algo más que los días de vacaciones que correspondan, cuando sea imprescindible por problemas familiares.
Es hacer que la relación sea más igualitaria. No es perder la capacidad de dirección, de organización del trabajo, de liderazgo empresarial.
Pero sí que es, desde mi punto de vista, hacer lo posible para no perder el respeto, la confianza, el soporte y el empuje de eso que se dice en titulares tan repetidamente y que debe, debería, tendría que ser cierto, real, palpable, demostrable: los trabajadores son el activo más valioso, el único realmente valioso, de la empresa.
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