La temperatura es uno de los factores que más influye en nuestro bienestar laboral. Sin embargo, los resultados de diferentes estudios sobre Salud en Entornos Laborales nos confirman que en muchas empresas es un aspecto poco valorado. Así, el 49% de los trabajadores considera que la temperatura en la que desarrolla su trabajo es inadecuada (demasiado frío o demasiado calor), el 81% afirma que esto repercute negativamente en su rendimiento y el 56% reivindica que la climatización es uno de los ámbitos que deben mejorar a corto plazo en su entorno de trabajo.
Según un informe publicado por el Comité Europeo para el Estudio del Resfriado, cada español sufre de media dos resfriados al año, lo que supone unos 80 millones de resfriados anuales. Los expertos observan tres picos con marcado carácter estacional en la aparición de catarros: el inicio del curso escolar en otoño, los meses centrales del invierno y los meses de verano, en los que se da el 20% de los resfriados anuales.
Los cambios bruscos de temperatura de 10 a 15 grados a los que nos exponemos durante los meses de más calor al pasar desde la calle al interior de los lugares de trabajo o establecimientos refrigerados, junto a una mala utilización de esos aparatos -regulándolos a una temperatura demasiado baja- provoca en el organismo humano una reacción adversa que se manifiesta la mayoría de las veces como trastornos de tipo respiratorio, con síntomas parecidos a los de un catarro pero cuyo origen no es infeccioso. Asimismo, también se puede asociar contracturas musculares e incluso a parálisis facial.
Respecto a la patología infecciosa o alérgica relacionada con el aire acondicionado, como resfriados, faringitis, rinitis, brotes asmáticos, tos, neumonías, fiebre o trastornos gastrointestinales, que son cada vez más habituales en verano, se puede producir, no por el uso del aparato sino por la falta de renovación del aire que se produce en una estancia totalmente cerrada. Esta es la misma situación que se da en invierno con la calefacción, cuando también se cierran puertas y ventanas para mantener la temperatura, lo que impide que se renueve el aire que se respira, y propicia los contagios con más facilidad.
Aunque el Real Decreto 485/1997 -encargado de regular las disposiciones mínimas de seguridad y salud en los lugares de trabajo-, marca una temperatura de entre 17 y 27 ºC para trabajos realizados en oficina, y de entre 14 y 25 ºC, en locales en los que se realizan trabajos ligeros y que
el INSHT también nos recomienda que, dado que en invierno llevamos ropa más abrigada, la temperatura debería mantenerse entre 17 y 24ºC y en verano, que solemos vestir ropa más ligera, entre 23 y 27 ºC, nunca llueve a gusto de todos.
El problema del aire acondicionado radica en que es imposible poner de acuerdo a todos los trabajadores sobre su utilización, generando un conflicto de “clima organizacional” , que llega a provocar problemas de salud y de convivencia que conviene gestionar adecuadamente. Mientras los calurosos reclaman que se programe a una temperatura baja, los frioleros o no quieren que se encienda o, de hacerse, que se regule a 25 o 26 grados, y es que ciertos factores individuales, como el sexo femenino, la diabetes, la disfunción tiroidea, la ingesta de ciertos medicamentos, el sobrepeso, las alergias, etc., pueden influir en la capacidad de adaptación a los cambios de temperatura.
El aire acondicionado no es malo en sí mismo, al contrario, supone un agradable respiro frente a los agobios del calor y hace la vida más confortable. Cualquier sistema de aire acondicionado de calidad que esté bien instalado y mantenido está lo suficiente perfeccionado como para no causar ningún tipo de enfermedad.
Lo que es desaconsejable es una mala utilización de ese frío artificial. Bajar en extremo el termostato de los aparatos trae consigo que se esparza un aire helado que reseca el ambiente bajando excesivamente la humedad. Cuando eso se produce, las mucosas de las vías aéreas superiores se ven afectadas por ese resecamiento y debilitan su capacidad de respuesta defensiva. También cuando no se respetan las instrucciones de mantenimiento y limpieza indicadas por el fabricante, los aparatos se ensucian y actúan como un ventilador que esparce por el ambiente bacterias y hongos responsables de infecciones (Legionella, Aspergillus, …) y otros procesos respiratorios.
Las mucosas de la nariz se encargan de calentar y limpiar el aire que llega a los pulmones. Pero cuando los sistemas de refrigeración están programados para ofrecer una temperatura demasiado baja, las mucosas nasales no pueden hacer bien su función, lo que obliga a respirar por la boca. Eso es aún peor, porque el aire frío y contaminado llega directamente a la garganta y a los bronquios, causando amigdalitis, laringitis y bronquitis.
Entre las principales medidas preventivas que hemos de adoptar para minimizar el riesgo de estos problemas y facilitar la capacidad de adaptación del cuerpo humano a las condiciones climáticas, son entre otras, vestirnos con prendas más ligeras, seguir una adecuada hidratación, tomar abundante fruta, seguir la norma social de no fumar y dormir las horas de sueño suficientes.
En definitiva el uso saludable de una buena climatización reduce la incidencia de dolores de cabeza, trastornos circulatorios, mareos y el decaimiento que favorece los ambientes sofocantes. Facilita además el descanso nocturno e incluso en el automóvil podemos considerarlo como casi un dispositivo de seguridad, al mejorar la concentración y resultar un buen antídoto contra el cansancio y el sueño.
Y recuerda que si no queremos utilizar el aire acondicionado, siempre nos queda la opción de apostar por la ventilación natural y conseguir cierto efecto de frescor abriendo las ventanas y creando corriente de aire. Esto es útil sobre todo en los casos en que, además de alta temperatura, la humedad del ambiente es elevada. Utilizar persianas y cortinas para que el sol no entre en la oficina también nos ayudará, así como vestir con ropa adecuada, fresca y ligera. Así trabajaban nuestros mayores, y nunca se quejaban. Ojo al dato.