Cuando utilizamos la expresión la “curva de la felicidad”, en general a la mayoría de nosotros nos viene a la cabeza su relación con la obesidad a partir de los cuarenta años y más concretamente, con el consumo habitual de la cerveza y otros placeres gastronómicos, convirtiéndonos en sujetos que ya han experimentado lo que es pasar de tener fibra (muscular) a grasa (abdominal), o sea, del vientre plano a la casi imbatible y cultivada curva de la felicidad con forma de “C”.
Sin embargo, toda la evidencia científica coincide en señalar que la obesidad es mala para la salud, ya que puede derivar en problemas graves, sobre todo de tipo cardiovascular y del metabolismo.
Así, casi todo el mundo que tiene barriga se mata en el gimnasio, prueba mil cosas milagrosas para intentar reducirla todo lo posible, hasta que finalmente no quede nada, en busca de tener la mítica “tableta” en los abdominales, aunque bien es cierto que muchos, bien por despecho o bien por que por mucho que lo intentan esas lorzas no desaparecen, terminan conformándose con lo que hoy se ha acuñado con el sobrenombre de “fofisano”.
A pesar de todo esto, la seguimos llamando la “curva de la felicidad”, cuando sin embargo, para casi nadie tiene un significado positivo.
¿Por qué nos debería hacer felices? La tesis más plausible de que esto sea así, es que la barriga en si no es la felicidad, si no cómo se consigue, ya que sea por la afición a la cerveza o a los dulces, todo el mundo disfruta de esos momento de placer comiendo chocolate, o bebiendo cervezas con los amigos, esos momentos son los que nos dan la felicidad, efímera, pero felicidad al fin y al cabo. Luego acarrea esas consecuencias que nadie quiere, pero que están ahí, a la vista de muchos, pero que una y otra vez seguimos repitiendo esos actos de felicidad, sin pensar en las consecuencias.
Nunca he creído en la patraña de la crisis de los 40, ni siquiera cuando la revista The Economist publicó que la verdadera felicidad empieza a partir de los 47, como si la edad fuera una señal inequívoca del estado vital. Aunque, visto lo visto, quizá sí que haya que buscar sentido biológico a tanta estupidez. Como decía uno, la felicidad, amigos míos, es constatar cada día la maravilla de no haber nacido perfectos.
Pero me he ido por las ramas, y en éste artículo no quería hablar de la curva de la felicidad, la del fofisano, sino de la “otra curva de la felicidad”, esto es, la que nos puede proporcionar el proceso natural del envejecimiento.
Pete Townshend, el líder y guitarrista de la banda The Who, escribió en 1965 “espero morir antes que envejecer“. Esta frase más que un deseo, quizá encierre nuestraincuestionable devoción por la cultura de ser o sentirse eternamente joven. En mayo de este año Townshend cumplió 72 años, y a lo largo de todo este tiempo seguramente debe haber revisado sus puntos de vista, de cuando tenía 20 años. Así se pone en parte de manifiesto en su autobiografía, que bajo el título de Who I Am, publicó hace unos años.
Y es que el proceso de envejecimiento no necesariamente es una metamorfosis hacia la decadencia, en el sentido de nuestras ganas de vivir con alegría. Muy por el contrario, las evidencias sugieren que la felicidad aumenta a medida que nos dirigimos hacia la vejez, y el denominado “envejecimiento saludable activo”, -en su sentido más amplio- ha dejado de ser hoy una utopía en muchos casos o noticia en los telediarios sobre excepciones de la naturaleza humana como si se tratara de una “rara avis”.
En general, la gente parece comenzar sus vidas con un alto grado de felicidad. Pero a partir de los 18 años, comenzamos lentamente un declive de satisfacción que tiene su punto más bajo alrededor de los 40 años (la famosa crisis de los cuarenta).
Según un estudio recientemente publicado en la revista Social Science & Medicine, las personas experimentan un patrón de felicidad y salud mental en forma de “U” durante sus vidas, lo que yo he querido denominar, “la otra curva de la felicidad”. Este novedoso hallazgo sugiere que transitamos un viaje emocional con altibajos y que el bienestar psicológico es variable. De acuerdo a esta curva, la vida comenzaría con alegría, se volvería difícil en la mediana edad para luego recuperar la dicha durante la vejez.
Por ello, nuestra felicidad parece hacer una curva en forma de “U”, ya que cuando nos acercamos a los 50, los niveles de satisfacción despegan de nuevo, y es posible que alrededor de los 60 años estemos en uno de los momentos más felices de nuestra vida. Sin embargo, esta tendencia al alza no continúa indefinidamente, ya que tiende a estancarse en los últimos años de vida. Estamos, por supuesto, hablando de promedios, de estadísticas generales producto de investigaciones científicas.
Pero la buena noticia es que quienes llegan a los 70 y se encuentran bien físicamente, son en promedio tan felices y mentalmente saludables como cuando tenían 20 años, y que desde los servicios de prevención y los servicios de medicina del trabajo, podemos contribuir sin duda a que esto sea así, a través de la implantación de programas de envejecimiento activo saludable como el promovido desde el modelo de gestión viBmas de SGS.
¿A qué se debe?
Al menos en el caso del ser humano, existen dos teorías, la primera expresa que esta curva es posible simplemente porque las personas felices viven más, eso hace que el promedio de felicidad en la tercera edad sea mayor. Por ejemplo, algunos estudios afirman que las personas con más bajos niveles de felicidad tienden a sufrir más enfermedades al corazón, enfermedades mentales, artritis y enfermedades respiratorias. Por tanto, también es muy probable que la gente feliz tienda a enfermarse menos.
Algunas exploraciones de largo plazo aseguran que la felicidad está asociada con una reducción del 30% en el riesgo de muerte. De hecho, según algunos científicos, si la felicidad no influyera en agregar unos años de vida, la curva en forma de “U” desaparecería. En cambio, lo que veríamos sería una disminución gradual de la felicidad con la edad.
La segunda teoría es la psicológica. Comenzamos la vida alegres y con grandes expectativas, pero a medida que entramos en la adultez, poco a poco, nos vamos dando cuenta que es poco probable que esos sueños se cumplan (al menos para la mayoría). Ya llegando a los 50, es el momento en que la madurez aporta un nuevo sentido de realismo, es decir, una determinación para disfrutar la vida tal como es, y por lo tanto, se comienza a producir un nuevo aumento en nuestros niveles felicidad.
Pero volvamos al principio. Si queremos que esto sea realmente así, no podemos olvidarnos de la primera curva de la felicidad, la de la barriga cervecera, una patología (el sobrepeso y la obesidad), que tiene hoy dimensiones de pandemia, que ha traspasando las fronteras de la edad, del espacio y del tiempo.
Hace unos días me mandaban un wathsapp sobre ¿cuál es el secreto de la longevidad?, y la respuesta que daba era, comer la mitad, andar el doble y reír el triple, quizá una receta similar para cuidar nuestro índice de masa corporal dentro de los límites razonables, pero también, para garantizarnos un envejeciendo activo saludable, la otra curva de la felicidad.