Trabajando para una empresa que utiliza técnicas de gamificación y juegos en el ámbito de la formación en prevención de riesgos laborales recibimos una llamada del cliente, proponiendo modificaciones al proyecto presentado. Sorprendentemente, los cambios a introducir estaban basados principalmente en castigar a los jugadores que no eran capaces de contestar a las preguntas que se planteaban, hasta el punto de hacerles volver al principio del juego casi al final de la partida.
¿Qué mensaje recibo como jugador? “Si no sabes de prevención, estás fuera del juego” cosa que me parece que favorece poco la inclusión, máxime cuando es obligación del empresario formar e informar a los trabajadores y los juegos son siempre complementos a la misma.
¿Cómo voy a reaccionar como jugador? Con frustración y desinterés hacia un juego donde, llegados a esta situación, ya me es imposible ganar.
Las propuestas del cliente me hacen plantearme una reflexión: ¿Realmente es efectiva la gamificación en todo tipo de empresas? Y me temo que la respuesta es un rotundo no.
- No sirve para nada si en la empresa se mantienen modelos de liderazgo autoritario.
- No sirve para nada si existe una fuerte jerarquía y la horizontalidad y posibilidad de aportar experiencias y conocimiento brillan por su ausencia.
- No sirve para nada cuando la tendencia es buscar culpables de los problemas y no soluciones a los mismos.
- No sirve para nada si se ha optado por una política de castigo de los errores.
Si nos centramos exclusivamente en las formas, en la herramienta que es en sí el juego, olvidamos lo realmente importante, que es todo el entorno amable y de refuerzo positivo que la gamificación implica. Y esto es un cambio necesario por parte de la empresa que implica:
- Mantener una comunicación fluída, tanto horizontal como vertical.
- Transmitir claramente las expectativas.
- Premiar el compromiso y los comportamientos y actitudes positivos.
- Ser proactivos, trabajando para que las cosas salgan bien y no preventivos, actuando para evitar los fallos.
- Establecer programas de formación y sensibilización para corregir los errores, no para sancionar.
- Inspirar con el ejemplo.
- Facilitar y pedir retroalimentación constante.
Dice la RAE que innovar es: “Mudar o alterar algo, introduciendo novedades”, y pese a lo frecuentemente que escuchamos esta palabra nos aferramos a su más mínima expresión, no sea que modifiquemos el statu quo establecido. Y de ese nos estamos quejando desde 2015, cuando se cumplieron los 20 años de la Ley de Prevención de Riesgos Laborales.
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