Sinfonía Nº 6 de Beethoven. El público siente que su espíritu se eleva escuchando cómo la orquesta expone las impresiones suscitadas por un día en el campo. Lo que el aficionado no percibe es que la violinista sentada en la tercera fila ha sido operada del hombro por una lesión, el trombonista reprime un gesto de dolor porque padece una rotura de fibras en los músculos de los labios, el percusionista acaba de incorporarse después de sufrir una larga baja por daños en los codos derivados de su labor, uno de los trompetistas ha sido diagnosticado de cardiomegalia y varios violistas y violinistas tienen dermatitis de contacto por el roce continuo de sus instrumentos con el cuello. Y además de eso no pocos padecen pérdida temporal de audición derivada de tener que soportar el sonido poderoso de otro instrumento varias horas al día y a escasos centímetros de su oído. Los músicos están entre los profesionales que sufren más daños físicos derivados de su trabajo. Sin embargo, encuentran grandes dificultades para que se reconozcan como enfermedades profesionales.
La lista de enfermedades típicas de los músicos tiene una longitud notable: problemas musculares y de articulaciones en brazos, manos, codos, columna vertebral y cuello, dermatitis, daños en la boca, tensión intraocular, hiperqueratosis, hematuria, cardiomegalia, estrés, trastornos circulatorios, hipoacusia y algunas más. Nadie ignora las enfermedades que en muchos casos sufren los mineros o los trabajadores de una fundición, pero a la vista de esa relación es evidente que los músicos también padecen lo suyo. Un estudio de la Asociación de Orquestas Británicas sostiene que tres de cada cuatro instrumentistas sufren problemas médicos de consideración en algún momento de su carrera por efecto de su trabajo. Leer más
Leído en: Las Provincias