Demasiadas preguntas, demasiado complejas, demasiado rápidas. No me gustaría estar en la piel de un director forjado en la antigua escuela del management, la del modelo basado en la opacidad de la información, que tenga que enfrentarse estos días a dar respuestas casi en solitario a toda su organización. Sin poder compartir la búsqueda de soluciones con sus “subordinados” porque durante años, el modelo se ha cuidado de que el empleado fuese el último elemento del eslabón, sin acceso a información, sin capacidad de aportar más que el trabajo acordado y los marrones que le llovían. Ahora que la mejor opción sería actuar como equipo, se torna en misión imposible.
Un papelón tratar de mantener la credibilidad ante sus empleados mientras les exige más esfuerzo a cambio de menos. En momentos duros como los que vivimos, el cebo más querido para mantener “la paz social” en las organizaciones, el dinero de la nómina, escasea. Y no hay opción para montar de hoy para mañana una estrategia alternativa de buenrollismo, sea “dospuntocero” o no, porque no se la creerá nadie.
Pero hay una oportunidad para cambiar la situación. Empezar por no llamar “empleados” a las personas que forman parte de nuestro equipo. Y es sólo el principio.
Fuente: territoriocreativo