Vivimos una época convulsa, llena de sobresaltos y cambios sociales. Remontar el vuelo se ha convertido en un reto social de ahora. La recesión económica sufrida por nuestro país en los últimos años ha alimentado una ola de desconfianza y la creación de nuevos escenarios socioeconómicos, aún sin explorar, entre tanto tumulto enconado. La riqueza no se reparte por igual. Y no sólo en el plano económico, político o social, sino en la igualdad de oportunidades. Fuente de riqueza para quien tiene la oportunidad de trabajar y capricho para quien se ve privado de ella.
¿Quién puede trabajar como Técnico Superior en P. R. L? Sin ánimo de generalizar, valga la crítica constructiva y el llamamiento a la reflexión sobre un apartado donde muy pocos se detienen a recapacitar, por parte de los que viven de este negocio y no son capaces de provocar el cambio, de aquellos que previenen el síndrome del quemado o “burn out” para los bilingües, y que a su vez son capaces de arrojar brasas hacia los propios actores de la prevención, hacia quienes la ejercen.
La clase no está ni en la etiqueta del traje ni en el color de la corbata, puesto que el hombre se viste por los pies. No hay mayor incoherencia ni peor descortesía que defender una idea y proyectar el ejemplo contrario. Si se habla de hacer prevención, no vale con mencionarla, sino hacerla. Pero, como se dice habitualmente, la casa no se construye por el tejado.
Se anhela un pronunciamiento claro institucional al hilo de afrontar la realidad. No se puede dejar todo como está por que precisamente no es oro todo lo que reluce. Mantener lo bueno y modificar aquello que se pueda mejorar.
Empecemos por la figura del Técnico. Hace falta una mayor adecuación entre los requisitos exigidos para obtener el título de Técnico Superior en PRL y la incorporación de los trabajadores al mercado de trabajo.
Hasta poco antes de la reconversión de la titulación en Máster universitario, por ley, cualquier diplomado universitario podía disponer de esta capacitación. Antes del “redecorado” académico del título de Técnico Superior en PRL, incluso se puede decir que la dificultad seguía latente. Prácticamente, cualquier facultado podía ejercer como técnico, en vistas de lo que ha sucedido durante un tiempo. Otra cosa es que ejerza.
Tal vez cueste reconocerlo y puede que muchas personas no quieran sentirse identificadas con esto, pero es una realidad muy reciente. Muchos se han nutrido y cuántos más se han quedado por el camino. ¿Ser de letras es un problema para trabajar de técnico?, ¿no es posible avanzar hoy en día en el conocimiento especializado?, ¿está incapacitado un licenciado en historia del arte para trabajar en esta profesión?
No se sabe aún cuál es la vara de medir. ¿Nos atrevemos a cambiar esta triste realidad o directamente le decimos a un licenciado en Filosofía y Letras que ni se le ocurra hacer el Máster en Prevención de Riesgos Laborales, si es que de verdad quiere ejercer la profesión? No es que haya más dificultades, es que la discriminación se hace dura, pesada y abotonada para los denostados en fuera de juego.
Exceptuando a los Técnicos Superiores provenientes de la Licenciatura en Derecho, Diplomado Social, Relaciones Laborales o Licenciado en Ciencias del Trabajo, el abanico laboral para los “letrados” se halla acotado cuando a trabajar en prevención nos referimos.
En este contexto, resulta irrisorio aquello de adaptar el puesto de trabajo a la persona o los principios rectores constitucionales de derecho a un trabajo digno, prefijado en nuestra Constitución Española. Ya ni siquiera se garantiza la igualdad competitiva en la candidatura para ejercer el desempeño profesional en aquella cualificación que le pertenece a cualquier individuo formado, instruido e impedido por clichés absurdos, por actitudes repetidas. Tedioso cartel de la titulitis. Percha discriminatoria si se pretende imponer una superioridad irreal y no manifiesta de los profesionales pertenecientes a determinados gremios, como los consabidos anteriormente.
¿Acaso un ingeniero por su propia de condición de serlo está más capacitado que un Licenciado en Filología Hispánica para impartir la formación o para otro tipo de actividades? Tal vez habría que valorar otros aspectos, como el camino recorrido en la formación para la obtención del título de Técnico Superior en PRL. Tan válido puede ser uno como otro, según qué materia. Conclusión: “en el reino de los mansos, el masoquista es el Rey”.
Antes de la entrada en vigor del reformador Plan de Bolonia, muchos Servicios de Prevención acreditados, academias formativas, centros educativos y otras entidades homologadas se forraron las alforjas simplemente por otorgar el título ligeramente como contraprestación al desembolso económico, sin mayor exigencia que la entrada del caudal monetario. Como si acude al centro comercial y se le antoja el capricho. Usted paga y lo recibe, sin mayor compromiso que abonar la gansa pasta.
Así se ha funcionado durante varios años. Pero luego, para ejercer la profesión, no se ha reparado tanto en la forma de conseguirlo, salvo a la hora de marginar a los estudiantes de letras, con la excepción de los ya mencionados. Ni siquiera se ha analizado con detenimiento si la formación presencial es más rica que la impartida a distancia, hasta su conversión en máster oficial universitario. Ni tampoco se ha propiciado que la formación a distancia, que puede llegar a ser de gran calidad con las tutorías presenciales como seguimiento para personas con dificultad para asistir a clase, pero siempre respondiendo a unos criterios mínimos de calidad.
“No, eso no ha interesado tanto esclarecerlo. De esta forma, errantes caminantes se han encontrado con la caída en el saco roto,implicados en másteres de 900 horas presenciales, con prácticas obligatorias en empresas del sector sin cobranza de ningún honorario, sin ver su recompensa, sumidos en la guarida de un callejón sin fin; y otros linces ibéricos muy reconocidos en el campo profesional, excesivamente sobrevalorados o simplemente perdidos en la ocupación de un mayor espacio del recomendable”.
Justo es decir que tampoco es culpa de ellos. Simplemente, todo lo ocurrido no es fruto de la casualidad, sino del funcionamiento impuesto por no se sabe muy bien quién. Lo único que interesa, al parecer, es ser poseer el “letrero” de Ingeniero Superior en las Ciencias de las Alcantarillas del Subsuelo. A muchos de los títulos se ha accedido a través de la mercadería veneciana. De labriego es comportarse como un borrego, sin menoscabo del gremio. Los psicólogos, por ejemplo, aún tienen cancha en la ergonomía y psicosociología aplicada. El panorama es más desolador para quienes se mantienen al margen de estos grupos académicos o aparecen adscritos a otros grupos de titulación distintos.
Veamos que nos dice, entre tanto, el Artículo 37, en relación a las funciones del Técnico Superior en Prevención de Riesgos Laborales.
- Las funciones correspondientes al nivel superior son las siguientes:
En el apartado segundo del artículo 37 del R. D 39/97, por el que se aprueba el Reglamento de los Servicios de Prevención, se sostiene que en el desempeño de las funciones relacionadas en el apartado anterior será preciso contar con una titulación universitaria oficial y poseer una formación mínima acreditada por una universidad con el contenido especificado en el programa tendrá una duración no inferior a seiscientas horas y una distribución horaria adecuada a cada proyecto formativo, respetando la establecida en el anexo citado.
Si nos fijásemos en el contenido global de este idealista artículo, para desempeñar las funciones de técnico superior bastaría con tener una titulación universitaria oficial. Sí, eso es en teoría. ¿Pero verdaderamente en la práctica ocurre esto? Quien se quiera engañar, está en su insano derecho de hacerlo. Quien quiera negar la realidad y correr un tupido velo, lo puede hacer libremente. Huelga decir que los requisitos solicitados son diáfanos. Desgraciadamente, muchos se aprovechan gratuitamente de aquel principio: quien hace la ley, hace la trampa.
Entonces, a tenor del enunciado cualquier persona con titulación universitaria que posea el Máster, sin entrar a valorar si puede presumir más en los conocimientos de la fotosíntesis que en el teatro de Moliere, reúne una serie de capacitaciones mínimas que, de entrada, no deben dar lugar a la discriminación en el acceso al puesto de trabajo como Técnico Superior en PRL.
Podríamos preguntarnos, si cabe: ¿quién garantiza la igualdad competitiva a la hora de acceder a un puesto de trabajo?, ¿cómo se regula?, ¿quién vela por que esto se cumpla?, ¿acaso alguien lo hace? Sufrimos un mal endémico. El síndrome de la “titulitis” aguda. ¡Menuda lástima que no se incluya en el Cuadro de Enfermedades Profesionales 1299/2006. Se trata de un mal endémico, muy nocivo. Una de las patologías emergentes.
Al igual que muchos especialistas sostienen la necesidad de propiciar que la enfermedad aparezca para poder investigar más sobre ella y tener más conocimientos sobre su etiología o relación de causalidad. En este caso, no haría falta tanto. Tal vez con un profundo revisionismo sería suficiente. O tal vez no. Quizás hiciese falta más. ¿Es mucho pedir? Bien hacer una regulación más acorde a la realidad, o bien impedir la discriminación laboral hacia un subgrupo perteneciente a un colectivo verdaderamente desamparado. Absurdo sería no querer reconocer lo que sucede.
Mal visto “ser de letras” para trabajar de Técnico. Si una persona no reuniese los requisitos académicos para ejercer una profesión, su incursión en el desempeño sí podría verse como intrusismo. Sopena del lumbreras que decidió que el Letrado no vale la pena, más que para cobrar las letras.
No es justificable un descarte o exclusión de antemano en cualquier proceso de selección si nos atenemos a su titulación académica de procedencia, ya que si ha podido cursar el Máster con una, dos o tres especialidades, es porque reúne los requisitos previos para poder ejercer la profesión.
Sería impensable que a un Diplomado en Enfermería (actualmente grado universitario de cuatro cursos académicos), previamente Diplomado en Magisterio, le dijesen en una entrevista de trabajo: “¡Oiga usted! Es que en su currículum pone que es Diplomado en Magisterio.” ¿Acaso hay que pasar vergüenza por tener más titulaciones? “¡Usted sólo vale para poner pinchazos!”. Sería un poco surrealista, ¿no?
Resulta un tanto llamativo aquello de orientar el currículum. Puede que incluso sea lo más conveniente, si es que te preguntan en una entrevista de trabajo a qué le has dedicado tu tiempo en esos años de “desperdicio académico”. Tal vez decir que ha disfrutado del ascenso a la cumbre del Himalaya, que ha estado en la peregrinación a la Meca o en un safari por el desierto de Kenia. En definitiva, reconocerse amante de la vida contemplativa. Tal vez resulte más rentable. O simplemente decir que has atravesado por una etapa introspectiva, de autoconocimiento personal. ¡A saber! Todo sea por ocultar su titulación. Sienta pudor por eso, caballero.
Desenmascarar la realidad, limpiar el maquillaje o ponerse una mascarilla. Lejos de pensar que es inalterable y no se puede cambiar, es posible que quede mucho camino por recorrer.
Así que, ilustrado filólogo hispánico, señor aficionado a las artes marciales, reinvente su propia historia. Si próximamente tuviera una entrevista, tire de ocurrencia, ingenie la vida no vivida, ¿realmente es necesario llegar a este punto?
Hoy en día, como valores de una sociedad democrática teóricamente se propugnan la libertad, justicia, igualdad y pluralismo político. Éste último no nos ocupa en este alegato, pero sí la libertad como autonomía de la persona en la libre iniciativa o la defensa de sus derechos en su responsabilidad ante los deberes, la justicia vista como cualidad asimilada a la rectitud, dar a cada uno lo que le corresponde, sin dañar al prójimo; la tercera de las condiciones, la igualdad, contenida en la legislación referente (Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, Ley Orgánica 12/2007, L. O 13/2007, Estatutos de Autonomía de las Comunidades Autónomas y el famoso artículo 14 de la Constitución Española de 1978, ¿derecho a la igualdad, en el contexto, de oportunidades?).
En la versión propuesta, la igualdad responde a la necesidad de equiparar las posibilidades entre las personas. En el plano laboral, se podría asimilar a la concurrencia competitiva en el acceso y promoción interna dentro de la empresa.
Las nuevas tecnologías y sobre todo las grandes comunicaciones provocan que haya un gran proceso globalizador, que integra la economía, las finanzas, la cultura, la tecnología y la estructura de gobierno. En principio, potencia el crecimiento económico y el adelanto humano, pero en la actualidad está más impulsada por la expansión de los mercados que por el desarrollo de las personas e incrementa la brecha separadora entre pudientes frente a pobres, estables e inestables, perpetuados y descabalgados.
PREVENCIÓN DE LA DISCRIMINACIÓN POR RAZÓN DE TÍTULO:
En una sociedad de pleno derecho, donde las condiciones básicas universales aparecen reguladas como principios constitucionales, plena época de libertades públicas, participación individual, libertad de educación y acceso a actividades universitarios, nos vemos abocados a una particularidad importante, preocupante y muy focalizada.
Se trata de una situación encontrada, habitual en los doctos de la materia. Dolorosa encrucijada en la que la libertad de elección del personal laboral, por parte del empresariado, entra en colisión con el principio rector de derecho a un trabajo digno, en este caso, trabajar en su categoría profesional. Es la discriminación por razón de título o titulación. Se trata de una circunstancia real, presente y afincada en la sociedad. No se puede aplicar por igual a todos los Técnicos Superiores cualificados en Prevención de Riesgos Laborales, en cualesquiera de sus especialidades (Seguridad en el Trabajo, Higiene Industrial, Ergonomía-Psicosociología Aplicada o Medicina del Trabajo.
No se construye en torno a ninguna de esas tres especialidades, sino a otro tipo de factores atípicos que poco o nada tienen que ver con ello.
Algunos Servicios de Prevención Ajeno se habitúan a ofrecer la prestación de un completo servicio al menor precio posible. Es la competencia basada en la bajada de precios a mínimos irreductibles. Mermar al competidor con la depreciación. Rebajar el coste y tirar la red al ancla. Así, el cliente se ve favorecido enormemente en su billetera. Si alguien te ofrece un servicio a menor precio, es normal sentirse atraído.
Entre tanto, se garantiza de palabra el mejor de los servicios. A cambio, se intenta decir “sí” a toda necesidad transmitida por la empresa. Es difícil responder a tales exigencias en los términos requeridos. En la definición de unas normas de funcionamiento de cara al cliente también se alberga un punto relevante. ¿Cuál es el problema entonces? Seguramente, el cliente encontrará alguien que se lo haga tal y como quiere.
Hacer de cualquier manera, peligroso aliado. Sin ir más lejos, imaginemos por un momento que la administrativa de un modesto Servicio de Prevención Ajeno recibe una llamada del empresario de uno de los clientes potentes. Éste le insta a impartir la formación a sus trabajadores en tiempo y hora previsto, no más de hora y media de duración y, a poder ser, con el reconocimiento médico hecho, justamente para el día solicitado, ya que sus trabajadores se tienen que incorporar a la obra en esa jornada.
Marisa, asalariada de asegura tu vida, con tal de quedar bien, dice que sí, antes de consultar con el Docente. Tiene la consigna del superior de contentar a las peticiones de la elite comercial. Se da la circunstancia de que una función, consustancial al Departamento Técnico, es avocada por la administrativa como portavoz de una medida tomada por la cúpula directiva. En cambio, se ha despreocupado por tener en cuenta al personal responsable de la formación.
Cuando a los requerimientos de los clientes se añaden las exigencias de otros homólogos, se convierte en un problema organizativo querer satisfacer a todos sin contar con los medios propios y las posibilidades acordes. Así que el Técnico Superior en P. R. L, Juan Pedro, quien había concertado esa misma mañana una visita para hacer la toma de datos periódica y entregar la memoria anual del ejercicio anterior a una gestora de residuos fotográficos, se verá envuelto en una madeja. Tendrá que tomar una difícil decisión: decidir a cuál de las dos atiende en tiempo, forma y lugar. El aforo del aula, precisamente, no es lo suficiente grande para impartir la formación a un amplio espectro de personas.
Visto lo visto, ¿no es recurrente concertar el usufructo de un espacio de mayor dimensión para impartir la formación? El objetivo sería dar cabida a mayor número de trabajadores de distintas empresas concertadas, cuando se trate de la misma actividad. En lugar de impartir docencia a 5 ó 10 personas, poder ampliar el espectro del público objetivo a 20-25 e instruir adecuadamente en contenido, práctica y duración al alumnado.
Por eso, la productividad entendida como axioma irrefutable, a veces es más que cuestionable. El Técnico debería ser algo más que un “pone-sellos”, si es que alguna vez se ha podido sentir identificado con este rol. Si nadie se atreve a cuestionarlo, tal vez sea más tentador invertir en tampones de compulsa que en la contratación de profesionales. De lo contrario, ahorrémonos el coste. Si la máquina y los útiles de trabajo pueden sustituir al hombre en la formación, se podría comprar un robot al estilo de la aspiradora que limpia, pule y masajea a la vez.
Si realmente lo único que importa es la rúbrica del Técnico y que el certificado de formación sea entregado al antojo caprichoso del solicitante, quizás haya contratado sus dedos y no su cerebro para pensar o su boca para hablar, con sus aciertos y sus fallos. Luego, después de este decorado, pregúntele al interesado acerca de la labor intelectual de la formación. ¿Habrá estrechamiento de manos o abrazo de complicidad? Ironía aparte, quizás convenga situar en una balanza los pros y los contras de intentar buscar el bien, sin tener que renunciar al beneficio. Su labor debe ser meramente vocacional, no por sentir o dejar de sentir la profesión como propia, sino porque al menos se dedique a instruir e inculcar su verdadero espíritu.
No se trata de buscar culpables, ni a chivos expiatorios, sino detectar los problemas con el fin de evitarlos. ¿No es éste un sano ejercicio preventivo?
Afortunadamente, existe otra parte de la realidad, más cercana a la proposición de asegurar una labor digna y honrada: aquellas entidades, responsables y personas dedicadas al ejercicio legítimo preventivo.
No deja de ser una parte de la realidad que nos conduce hacia el Sistema de Gestión de la Prevención de Riesgos Laborales, como parte del sistema general de gestión de la organización, definitoria de la política de prevención. En ella incluye el entramado organizativo, las responsabilidades asumidas, las prácticas realizadas o los procedimientos modos de llevar a cabo la práctica). Y es que tanto importa delimitar lo que hay que hacer, como colaborar en la aplicación.
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