Llevo días pensando (demasiado) que una ya tiene una edad. En un abrir y cerrar de ojos, se puede pasar de ser “una chica”, a que los adolescentes te llamen “de usted”. Y aun valorando si a una le gusta o no le gusta su nuevo estatus, es inevitable mirarse en el espejo y ver que es verdad, hay cosas que han cambiado.
Patas de gallo, código de barras, líneas frontales de expresión, boca de marioneta, ceño fruncido, líneas de conejo, surcos por sonrisa… ¿Alguien da más? Parece ser que más que un rostro marcado por los años, tengo un zoológico facial.
Quizá ha llegado el momento de plantearse algún retoque. Algo rapidito, indoloro y con efectos inmediatos.
Navego un ratito por la red y el tratamiento más citado es el Bótox. Según cuentan “online” es fantástico. Se utiliza para rejuvenecer el rostro y consiste en introducir con una aguja muy fina, unas gotas de un líquido que contiene una proteína natural purificada que elimina las arrugas, en la zona del rostro a tratar. Es un pinchazo muy superficial que actúa relajando los músculos, lo que permite mantener una expresión natural. Los efectos son visibles a las 48 a 72 horas y la pérdida del efecto es gradual pudiendo durar entre 4 y 6 meses, cuando hay que volver a repetir el tratamiento.
La mayoría de celebrities gozan de sus beneficios, y residentes del “upper side” de la ciudad, y aquellos que se lo pueden permitir, y algunos que dicen ser víctimas de esta sustancia que crea adicción por estar siempre perfecto, y…
Posiblemente no todo es tan perfecto. Una va informándose y descubre que Bótox es la marca comercial de una toxina que produce el botulismo: la toxina botulínica.
Por cierto, ¡esto me suena! Hace poco leí la noticia del ingreso en estado grave, de 2 bomberos de Palafrugell en la UCI, por botulismo. La causa: unas alubias en conserva compradas en un supermercado. Y es un caso raro, pues en los últimos 25 años solo se conocen 7 brotes de botulismo y por conservas caseras.
El caso es que ciertos alimentos (en este caso, alubias) se pueden contaminar por una bacteria, el Clostridium botulinum, que en determinadas condiciones (en este caso, conservas mal elaboradas) fabrica una toxina resistente a altas temperaturas. Y esta toxina es la que provoca el botulismo.
Se trata de una toxina extremadamente peligrosa. Considerada arma biológica, fue utilizada antes de la segunda guerra mundial como arma de bioterrorismo. ¡Que no es poca cosa!
Entre sus variados efectos (náuseas, vómitos, fatiga, visión borrosa…) el más preocupante es la parálisis muscular, que puede llegar a los músculos respiratorios provocando la muerte. Es una enfermedad de recuperación muy lenta y complicada, que fuerza a mantener a los afectados en coma inducido y ventilación asistida para evitar un desenlace fatal, pues hay que esperar a que el organismo vaya reparando las neuronas dañadas.
Curiosamente, en los años 70 se inició el uso clínico de la toxina botulínica, aprovechando su capacidad paralizante, especialmente para enfermedades neurológicas como las distonías (movimientos involuntarios), también el estrabismo, la sudoración excesiva, la migraña…
Y de forma accidental, tratando un paciente de blefaroespasmo (contracción del párpado), se observó que también desaparecieron las arrugas del entrecejo y las patas de gallo del paciente, presentando un aspecto mucho más joven.
Esta casualidad ha hecho ricos a unos cuantos, pues según estadísticas de la Sociedad Americana de Cirugía Plástica Estética, solo en 2014 se realizaron más de 6 millones de aplicaciones de Bótox. Es el tratamiento estético no quirúrgico de elección y su coste ronda los 300 – 450 euros por sesión.
La Sociedad Española de Medicina Estética advierte que el Bótox debe ser aplicado únicamente por médicos especialistas. Y a pesar de no comportar riesgo alguno para el paciente si se aplica de la forma adecuada, un uso incorrecto de este producto puede provocar graves lesiones. Hay que respetar un período de 4 horas de reposo para que los músculos no adquieran formas no deseadas. También se puede producir caída de cejas o párpados, asimetría en ambos lados de la cara, dolores de cabeza o leves reacciones alérgicas, problemas para hablar o tragar, pero los casos son mínimos.
Es la ironía de la vida. Mientras que unas gotas de cloro desinfectan el agua y la convierten en potable, un vaso de lejía te puede quemar el esófago. La radioterapia salva a personas con cáncer, la bomba atómica mató a miles de personas y otras tantas quedaron marcadas y enfermas de por vida. Miles de personas, que anhelan la eterna juventud, consumen voluntariamente una toxina paralizante de músculos, mientras alguien se debate entre la vida y la muerte por ingerir, sin saberlo, ésta comprometida toxina.
Una ya se ha calmado un poco y quizá piensa que no hay para tanto. Que no está tan mal tener arrugas. ¡Ahora ya las echaría de menos!