Según el peso que la dirección y los empleados atribuyan a la seguridad en sus intervenciones, se pueden distinguir cuatro grandes familias de culturas de seguridad.
En una cultura de seguridad fatalista, los actores están convencidos de que no es posible influir en el nivel de seguridad, los accidentes se perciben como «cuestión de mala suerte» o expresión de la voluntad divina.
Una cultura de seguridad de oficio se observa cuando la dirección no concede gran importancia a la seguridad pero los operadores desarrollan métodos propios y los transmiten de generación en generación.
Una cultura de seguridad directiva se desarrolla cuando la empresa y sus directivos se responsabilizan de la seguridad. Esta cultura instaura un sistema formal de seguridad y se apoya en los cargos directivos para transmitir las prescripciones, que pueden entrar en contradicción con las prácticas de oficio.
Una cultura de seguridad integrada también busca un nivel de seguridad alto, pero es producto de la convicción compartida de que ninguna persona posee todos los conocimientos necesarios para garantizar buenos resultados en materia de seguridad.
HACIA UNA CULTURA DE SEGURIDAD INTEGRADA
La mayoría de las empresas de riesgo, debido a imposiciones legislativas y controles externos, han desarrollado una cultura de seguridad de tendencia «directiva» con una fuerte inversión en expertos en procesos y HSE, seguridad técnica, procedimientos… Si bien este tipo de cultura tiene sus ventajas (formalización de las prácticas, implantación de varias barreras de defensa, inversiones significativas…), también tiene sus desventajas (reglas dictadas por expertos alejados del terreno, focalización en la seguridad reglada en detrimento de la seguridad gestionada…).
Una cultura de seguridad integrada favorece la contribución de todas las partes implicadas a la elaboración de las medidas de seguridad, su implantación y mejora continua. Supone:
• un compromiso de la dirección de la empresa, visible a través de sus declaraciones pero también de sus decisiones, de su estilo de gestión y de sus formas de estar presente sobre el terreno.
• una movilización de todos los cargos directivos en lo relativo a la seguridad, con una contribución en dos sentidos: cada directivo debe dar preeminencia dentro de su equipo a la política de seguridad y trasladar a sus superiores las dificultades de su puesta en práctica, las v situaciones peligrosas que sigue habiendo y sugerencias para mejorarlas. El primer nivel de mando es un nivel estratégico que debe disponer de márgenes de maniobra para articular la seguridad reglada y la seguridad gestionada lo más cerca posible de la realización de las operaciones.
• la implicación de los empleados en la práctica diaria de su profesión: respeto de las reglas aplicables y alerta sobre las que no lo son, actitud interrogativa y vigilancia compartida, proactividad a la hora de dar parte, por ejemplo, de situaciones peligrosas o para sugerir mejoras a la dirección y al CHSCT.
Una cultura de seguridad integrada exige asimismo que la organización promueva la creación de espacios de intercambio sobre seguridad tanto entre el personal como entre trabajadores y directivos, integrando en los debates a los departamentos de apoyo, a las instancias representativas del personal pero también a las empresas y partes implicadas externas.