Hoy en día cada vez viene adquiriendo más relevancia el concepto de inteligencia emocional en muchos ámbitos, y también en el laboral.
No obstante, de un tiempo a esta parte parece como si la inteligencia emocional iluminase por generación espontánea y convierta a todo el mundo en grandes personas y excelentes profesionales. Hay que advertir de entrada que hoy en día todo lo relacionado con la inteligencia emocional tiene mucho de moda y mucho de negocio. Parece que la inteligencia emocional sea la solución a todo y que nos vaya a llevar por sí sola al éxito seguro en cualquier ámbito, y esto no es del todo así.
En el ámbito laboral, la visión antigua o clásica de gestión del personal en las organizaciones es un enfoque de tipo mecanicista, considerando a los trabajadores como meros recursoshumanos destinados a la realización de tareas definidas y determinadas de forma autómata e incluso irreflexiva. El trabajador no está para pensar, sólo para ejecutar lo que se le mande y cómo se le mande. Es decir, los trabajadores no importan como personas, sólo como recursos, los sentimientos y las emociones no importan, y en todo caso, son cuestiones ajenas al trabajo que deben quedar fuera del ámbito laboral.
Esta visión clásica de la gestión de los trabajadores fue, durante el siglo XIX y gran parte del siglo XX, un buen mecanismo de gestión en un entorno de creciente industrialización y secuenciación de los procesos de producción.
El progreso social, aupado en las nuevas sensibilidades humanas, ha devenido en una nueva visión en la gestión de los trabajadores, política empresarial esta que por otra parte se constata que cada vez más presenta un interés económico relevante. Es decir, no sólo se trata mejor a los trabajadores porque se les considera personas que merecen tal consideración, sino porque realmente a medio y largo plazo repercute en una mayor productividad y rentabilidad de las empresas.
El gran desarrollo de estos nuevos enfoques en la gestión de los trabajadores se da con el nacimiento de la teoría de la inteligencia emocionalcon la publicación del conocido libro del doctor Goleman “Inteligencia emocional en las empresas” en el año 1998. A partir de entoncesla perspectiva comenzó a cambiar y es ahora en los últimos años cuándo estos aspectos han comenzado a tener verdadera importancia en la gestión de las empresas y organizaciones.
Esto se aprecia en detalles como la denominación con la que ahora se nombran a muchos departamentos de empresas, antiguamente llamados departamentos de personal o de recursos humanosy que ahora han pasado a llamarse departamentos de personas.
Básicamente la inteligencia emocional puede definirse como la capacidad de percatarse de los propios sentimientos, así como de los de los demás, y gestionarlos de forma beneficiosa.
Las personas que obtienen el mayor éxito en las organizaciones, no son siempre las que tienen más capacidades, y ni siquiera las que tienen más méritos y eficacia real. Para alcanzar la excelencia profesional hacen falta diversos factores. Veamos cuales.
En primer lugar, los conocimientos, teóricos y prácticos, en mayor o menor medida, son sin duda importantes para ocupar y prosperar en la mayoría de los puestos de trabajo. Es evidente que la mayoría de los puestos no pueden desempeñarse sin un mínimo de conocimientos y en algunos se requieren grados de conocimientos importantes. Por ejemplo, para programar un autómata o para hacer una intervención quirúrgica es indiscutible que hacen faltan unos elevados conocimientos.
Lo que ocurre es que sí solo se cuenta con conocimientos, por profundos que estos sean, puede que no sea suficiente para dar valor añadido al trabajo, incluso puede que en algún caso se reste más que se sume. Un trabajador que sea un experto programador de autómatas pero que no tenga las más mínimas dotes de comunicación personal ni una actitud positiva hacia su trabajo, está claro que a la larga su aportación al engranaje de excelencia empresarial será reducida, incluso puede que la entorpezca por su falta de una adecuada colaboración y comunicación.
La experiencia es importante también, pues aporta conocimientos y rutinas prácticas al trabajador que le conforman una base para una mejor toma de decisiones y resolución de problemas. La experiencia permite solventar el trecho que existe entre la teoría y la práctica. No obstante, la experiencia, asociada a un tiempo prolongado en el trabajo, y muchas veces a edades avanzadas, puede llevar aparejada defectos y vicios personales y profesionales; la inmovilidad, el rechazo al cambio, el acomodamiento… Por ello, sólo con experiencia no es suficiente para alcanzar un grado elevado de excelencia profesional.
Además de experiencia y conocimientos es también importante hoy en día en el ámbito del trabajo disponer y desarrollar ciertas habilidades y competencias personales y sociales que permitan catalizar el esfuerzo de todos para la consecución de los objetivos marcados. Estamos hablando de habilidades como la comunicación asertiva, la proactividad, la iniciativa, la capacidad de soportar la presión, la capacidad de resolución de imprevistos y problemas, la capacidad de aprender, la adaptación, la flexibilidad, etc.
También es cierto que aún disponiendo de estas habilidades personales (y de los conocimientos y de la experiencia) puede no ser suficiente para alcanzar la excelencia profesional. Un trabajador si no tiene la motivación necesaria no desarrollará sus habilidades personales, aunque las tenga, y su trabajo se verá afectado por ello.
Por ello, es necesario contar también con motivación para el trabajo, con motivadores internos y externos. Los motivadores generan satisfacción en el trabajador y le impulsan a desarrollar más y mejor sus habilidades y capacidades. (https://prevencionar.com/2017/11/22/motivacion-satisfaccion-laboral/).
No obstante, los motivadores no son constantes en el tiempo ni iguales para todos los trabajadores, por lo que pueden dejar de tener su efecto positivo. Por ello, lo ideal sería contar con un motivador vital interno, ajeno a circunstancias externas (incluidas las propias del trabajo), que es la actitud (positiva).
La actitud positiva permite estar siempre motivado hacia lo que uno hace, dispuesto siempre a aprender y a mejorar, con lo que se consigue un alto estándar de desarrollo personal y profesional.
Suele decirse, que para el desarrollo profesional; los conocimientos y la experiencia suman, las habilidades y capacidades personales duplican, los motivadores multiplican y la actitud lo eleva en potencia.
Todas estas condiciones (los conocimientos, la experiencia, las habilidades personales/sociales, los motivadores y la actitud positiva) son necesarias para lograr la excelencia profesional.
El elemento que engrana todos estos factores y que influye en gran medida en el éxito profesional es la inteligencia, y en particular, la gestión de la inteligencia(o inteligencia emocional).
Por un lado está la inteligencia clásica valorada con el conocido coeficiente intelectual y por otro lado la conocida como inteligencia emocional. La primera es fundamentalmente genética y la segunda es más de desarrollo mental cognitivo, por lo que podría decirse que es una habilidad personal que se puede adquirir y entrenar, aunque evidentemente se tenga de base mayor o menor capacidad para ello. Suele afirmarse que en el éxito profesional la inteligencia clásica influye en un 20% y la inteligencia emocional en un 80%. Hay personas con un elevado cociente intelectual que difícilmente prosperarían en un entorno empresarial. En cambio una alta inteligencia emocional permite una mejor adaptación a muchos entornos.
El verdadero éxito profesional requiere de inteligencia emocional, la cual posee muchas definiciones, aunque nos quedaremos con la del Dr. Goleman: “la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, de motivarnos y de manejar adecuadamente las relaciones”.
Quien posee inteligencia emocional reconoce sus sentimientos y esto le permite expresarlos de forma adecuada. Por otro lado, el comprender los sentimientos de quienes nos rodean, nos permite tenerles en cuenta como personas, empatizar, comunicar y conectar mejor. Esta capacidad es clave para lograr que nuestros colaboradores, compañeros y superiores se sientan satisfechos o predispuestos a esforzarse.
La inteligencia emocional es por tanto una habilidad personal que engloba diversos elementos como la habilidad comunicativa, la empatía, la asertividad o el liderazgo. El Dr. Goleman afirmó que la aptitud emocional es algo así como una metahabilidad, que determina cómo podemos utilizar cualquier otro talento, incluido el intelecto, lo cual es cierto, no existe conducta humana sin que esté presente una emoción, y el manejo positivo de las mismas facilita en gran medida el éxito en las tareas que emprendemos.
Esta capacidad de sintonizar y manejar adecuadamente los sentimientos resulta de una forma de pensar, y es por tanto algo que se puede aprender y cultivar.
Pero realmente, ¿qué son las emociones?, ¿qué es y cómo actúa la inteligencia emocional?, ¿cómo influye la inteligencia emocional en las relaciones laborales?.
Aunque existen diversas teorías al respecto, puede afirmarse que existen lo que se conoce como emociones básicas oprimarias, que son las emociones que experimentamos en respuesta a un estímulo. Las emociones básicas son 6: tristeza, alegría, sorpresa, asco, miedo eira.Todas ellas constituyen procesos de adaptación y, en teoría, existen en todos los seres humanos, independientemente de la cultura en la que se hayan desarrollado, es decir, puede decirse que se consideran innatas y, en gran medida, instintivas; reacciones inmediatas del cerebro a determinadas situaciones. Suelen ser reacciones en general de corta duración, aunque pueden prolongarse más en el tiempo.
Aunque están estrechamente ligados con las emociones, los sentimientos suponen una valoración más consciente. Tienen un componente más racional y razonado y de un efecto de mayor duración en el tiempo.
Y también están los rasgos de carácter o de personalidad que suelen ser permanentes en la persona (aunque pueden variar con el paso del tiempo), y que están desarrollados en el individuo por motivos más complejos (genética, educación, experiencias, cultura etc.).
Es claro que las emociones, los estados de ánimo y los rasgos de personalidad influyen en los comportamientos y en las actitudes de las personas. Las emociones son inherentes a la condición humana, no nos podemos desprender de nuestras emociones, en todo caso, podremos aprender a manejarlas o gestionarlas de determinada manera.
En algunos casos, con mucho entrenamiento y disciplina mental, se puede llegar a reducir al mínimo la reacción ante las emociones con un absoluto autocontrol emocional, pero esto lleva a una mayor deshumanización de la persona y de las relaciones personales y sociales.
En el ámbito laboral, antiguamente se instaba a controlar al máximo las emociones, cuando no a reprimirlas. El trabajador era básicamente un recurso, cuyo valor radicaba en su capacidad directa para la ejecución de sus tareas asignadas, su condición como persona ajena al trabajo no importaba.
Hoy en día, como ya se ha indicado anteriormente, la visión va cambiando. Ni siquiera en aquellos trabajos muy mecanicistas deja de tener importancia el elemento emocional. Los trabajadores son también personas, con sus emociones, con sus sentimientos, con sus problemas, con su vida fuera del trabajo, etc. Y estos factores afectan e influyen en el quehacer de las personas, en todos sus ámbitos, incluido el laboral. Las emociones influyen en la motivación del trabajador, en su actitud e implicación en el trabajo o en su comunicación con los demás.
Es evidente y notorio que las emociones y los estados de ánimo son fuertemente contagiosos en un colectivo que actúa en conjunto, como en las organizaciones empresariales, y de ese tono anímico que se difunde por la empresa depende una parte considerable de su éxito o fracaso.
El contagio emocional es algo conocido dentro de las organizaciones; el optimismo, la positividad, la alegría se transmiten de unas personas a otras y ayudan a configurar un clima de grupo más agradable y satisfactorio en general. Esto sin duda, ayuda a aumentar el rendimiento y la productividad, la calidad del trabajo realizado, la consecución de los objetivos marcados, la colaboración y cooperación y en general un mayor bienestar personal de cada miembro del grupo.
En sentido contrario, también la negatividad, el pesimismo y la tristeza se contagian, si cabe con mayor rapidez e intensidad. También el miedo se transmite y se propaga.
Los grupos de personas que trabajan en común, como en una empresa o en un equipo deportivo, se ven afectados por el clima emocional colectivoque se configura por el aporte de todos sus miembros.
Sin duda cobra especial relevancia la gestión que desde el liderazgodel grupo se haga de las emociones personales y del clima emocional colectivo (https://prevencionar.com/2018/03/04/gestion-personas-estilos-direccion-mando/).
Evidentemente la inteligencia emocional no ha de entenderse como la exteriorización continua de las emociones y sentimientos de cada uno. La premisa de que en el trabajo deben controlarse las emociones sigue siendo válida en cierto modo, pero inevitablemente éstas siempre afloran en la conducta humana e influyen más de lo que parece en el devenir individual y colectivo, por ello es fundamental tenerlas en cuenta en las relaciones laborales.
No obstante es importante también indicar que la inteligencia emocional por si sola no es garantía de éxito. La inteligencia emocional debe actuar sobre otros elementos personales, ya comentados, que sustentan la configuración de un buen profesional.
Ciertamente hay que tener en cuenta que los trabajadores somos personas y valorar la importancia de una adecuada gestión emocional, pero también debemos tener en cuenta que un trabajo supone también; dedicación, esfuerzo, interés, sacrificio, empeño, disciplina, orden, diligencia…, valores que hoy en día parece que han quedado algo olvidados y que parece muchas veces que se quieran suplir por la magiade la energía emocional.
Es verdad que el éxito personal, y también el laboral, puede estar ligado a la inteligencia emocional desplegada, pero partiendo de una base sólida basada en los conocimientos, la experiencia, otras habilidades personales y, sobretodo, en una actitud positiva, de forma que el trabajador se esfuerce y se aplique con interés y dedicación en el desempeño de sus tareas, con afán de aprendizaje y mejora y con voluntad para una adecuada colaboración y cooperación.