Para negociar es preciso comprender la realidad que percibe el interlocutor. En este sentido, el estudio sobre el riesgo percibido por el trabajador puede ser una herramienta muy valiosa para el control de conflictos organizacionales.
Los datos aportados por el grupo de investigación Iiderado por Paul Slovic ilustran diferentes puntos de desacuerdo entre expertos en evaluación de riesgos y personas no expertas (Slovic, 2000). Se observa que cuando los expertos juzgan el riesgo que comporta un objeto o actividad, sus respuestas están altamente correlacionadas con la estimación de la morbilidad anual que dicho objeto o actividad puede provocar. En cambio, el riesgo percibido por los sujetos no expertos es sensible a otras características cualitativas como el grado de voluntariedad en la exposición, el potencial catastrófico, el conocimiento o la controlabilidad. Un dato que ha llamado poderosamente la atención es que si se solicita explícitamente a un lego que realice estimaciones de probabilidad sus respuestas se aproximan a las evaluaciones del experto; la cuestión es que el lego no recurre únicamente a estas probabilidades cuando se le pide que evalúe un riesgo. Esta cuestión entronca con un debate sobre la definición del concepto “riesgo” que ya hemos tratado extensamente en otros trabajos (Fauquet, Portell y Riba, 1992; Portell, Riba y Bayés, 1997) y del que sólo recuperaremos aquí la controversia entre “riesgo objetivo-riesgo subjetivo”.
En el terreno de la evaluación del riesgo laboral se contraponen dos posturas. En un extremo se hallan los que consideran que, dada una fuente de riesgo, existe un nivel de riesgo objetivo que se puede calcular a partir de una combinación compensatoria entre un indicador de la gravedad del daño y un indicador de probabilidad de su-frir este daño. Desde esta perspectiva, el nivel de riesgo resultante de aplicar métodos como el propuesto por William T. Fine se maneja como una medida del riesgo real, de lo que se deriva que cualquier estimación discrepante se trate como incorrecta, como algo… ¿irreal?. Ya hace décadas que ningún científico defendería el “realismo ingenuo” que conlleva esta postura.
Una visión alternativa considera que toda evaluación del riesgo es subjetiva. Llevada al extremo, esta postura conduce a una sobrevaloración de la intervención de los valores y asimila los juicios de riesgo a constructos sociológicos. Este “relativismo cultural” no sirve para gestionar el riesgo y es tan reduccionista como el “realismo ingenuo” esbozado en el párrafo anterior. El punto de compromiso entre estas posturas extremas pasa por integrar dos aspectos: (1) el componente de subjetividad que comporta toda evaluación de riesgos y (2) la necesidad de procedimientos de medida del riesgo sistemáticos y repliclables.
Mientras la evaluación de riesgos conlleve incertidumbre requerirá juicios de valor (¿o no intervienen valores para decidir, por ejemplo, si en una situación de incertidumbre estadística minimizamos el error tipo I o el error tipo II?). Aceptar que toda evaluación implica elementos de subjetividad es “duro”, teniendo en cuenta que estas evaluaciones están en la base de decisiones con importantes repercusiones económicas, políticas y sociales, pero de poco sirve negarlo. Y, si toda evaluación de riesgos incorpora elementos subjetivos, es ilógico mantener la contraposición entre “riesgo objetivo” y “riesgo subjetivo”, lo que se puede contraponer es un “riesgo evaluado técnicamente” a un “riesgo evaluado de manera intuitiva”. La superioridad de la evaluación técnica de riesgos (como, por ejemplo, la propuesta de Fine) debe justificarse por la aplicación rigurosa de un procedimiento de evaluación que respete los principios de cualquier metodología científica; básicamente:
- Controlar la incidencia de los valores y sesgos del sujeto que realiza la evaluación. Entre otras cosas, esto debe permitir reducir o eliminar los errores que se ha demostrado que expertos y legos cometen al valorar intuitivamente información probabilística (Kahneman, Slovic, y Tversky, 1982).
- Establecer procesos sistemáticos de obtención, análisis y síntesis de la información;
- Ser replicable, comunicable y autocorrectivo, siendo capaz de descubrir y corregir sus propias deficiencias. La ciencia se sabe falible y entiende la objetividad como una aspiración, ¿porqué la superioridad de la evaluación técnica de riesgos debe defenderse apelando a principios como la infalibilidad y la objetividad si además estos argumentos pueden entorpecer la comunicación entre los implicados en la prevención?
Así pues, reconocer el componente subjetivo de toda evaluación de riesgos y el interés de estudiar el riesgo percibido por el trabajador, no nos aboca necesariamente a un relativismo cultural que impida disponer de una norma técnica para tomar decisiones. Además, es posible abordar el estudio del riesgo percibido por los trabajadores de una manera sistemática y usar los resultados de esta valoración para:
● detectar percepciones sesgadas y la necesidad de estrategias para optimizar el proceso de comunicación sobre riesgos;
● detectar percepciones incompatibles con los objetivos de la gestión colectiva del riesgo (Lichtenstein, Gregory, Slovic y Wagenaar, 1990);
● y, en definitiva, enriquecer el proceso de evaluación técnica y optimizar las decisiones posteriores en materia preventiva.