En todo puesto de trabajo se reciben una serie de señales que pueden ser muy diversas (órdenes de trabajo, indicadores, documentos, etc.) y que tenemos que percibir e interpretar correctamente para realizar una acción u operación determinada.
Bajo este punto de vista se puede considerar que el trabajo se basa en un proceso de percepción de la información, integración de esta información y toma de decisiones.
Las señales mencionadas se reciben principalmente a través de los sentidos y son múltiples y variadas según el trabajo que se realiza; por ejemplo, un mecánico oye si un motor funciona bien o no, huele a quemado si falta aceite, nota si las piezas ajustan correctamente o no, etc. Esta sería la fase de percepción de la información.
A continuación, el cerebro interpreta esta información y transmite al organismo la necesidad de reaccionar de una manera determinada. La persona, para poder ejecutar la acción, elegirá la más adecuada entre distintas posibilidades, para obtener el resultado esperado.
Este proceso exige un estado de atención (capacidad de «estar alerta») y de concentración (capacidad de estar pendiente de una actividad o un conjunto de ellas durante un periodo de tiempo) y, cuando se realiza conscientemente y con cierta continuidad, da lugar a la carga mental. Podemos definir la carga mental como la cantidad de esfuerzo deliberado que debemos realizar para conseguir un resultado concreto.
Algunos autores la definen como «el nivel de control deliberado y consciente de las informaciones, necesario para que se produzca un comportamiento».