Los pensamientos determinan cómo nos sentimos y cómo nos comportamos. No son los hechos en sí mismos los que más nos pueden afectar, sino cómo los interpretamos, y esa interpretación está determinada por lo que pensamos.
Así, podemos deducir un esquema básico de nuestro funcionamiento: un pensamiento da lugar a una emoción y esa emoción genera una conducta.
Pensamiento ⇒ Emoción ⇒ Conducta
Existen los pensamientos negativos, que es sabido que son una de las mayores fuentes de estrés y de malestar. Los podemos identificar fácilmente porque nos hacen sentir mal. Cambiar el modo de pensar nos ayudará a sentirnos bien. Desde ese bienestar, podremos potenciar la autoestima, la voluntad, la conciencia y el autocontrol.
Hay pensamientos destructivos basados en sentimientos de culpabilidad, rencor, desconfianza, tristeza, miedo, como: “Ha hecho esto para fastidiarme” o “yo tengo la culpa de todo”.
Hay pensamientos limitantes basados en el miedo, el victimismo y la baja autoestima. “Todo lo hago mal”, “no seré capaz”, “soy débil”, “se están riendo de mí”, “no puedo ir a la piscina con este cuerpo”.
Hay pensamientos catastróficos: “nadie jamás se va a fijar en mí si no adelgazo”, “me duele el abdomen, seguro que tengo una enfermedad grave”, “el jefe me ha llamado la atención varias veces, seguro me va a despedir”.
¿De dónde vienen los pensamientos?
Los pensamientos negativos habitualmente tienen su origen en creencias negativas.
Las creencias son ideas o conceptos que han quedado arraigados en nosotros debido a la educación, la sociedad y nuestras experiencias pasadas. Estas creencias determinan en gran medida lo que pensamos, sentimos y cómo nos comportamos. Algunas de ellas son muy positivas para nosotros y nos impulsan a mejorar, nos otorgan valores y definen nuestro modo de vida.
La mayoría de nuestras creencias provienen de la infancia, de nuestros padres o educadores. Cuando de pequeños adquirimos estas creencias, no éramos capaces de discriminar si estábamos o no de acuerdo con ellas. Sin embargo, quedaron instaladas como verdades absolutas. Son los clásicos “debería” o “tengo que” que tanto malestar nos producen cuando no cumplimos con las expectativas.
El problema aparece cuando esas creencias no encajan con nuestros verdaderos deseos o necesidades. En este caso se genera culpa, vergüenza o frustración por no poder cumplir con lo que se supone que se espera de nosotros.
En resumen, los pensamientos tienen una gran influencia en nosotros. Debemos ser conscientes de la carga de esos pensamientos, negativa o positiva, para poder sustituirlos si es necesario. Debajo de esos pensamientos se esconden creencias de fondo que debemos evaluar y ver si están en coherencia con lo que nosotros deseamos, necesitamos o elegimos. Hacer ese ejercicio nos ayudará a cambiar esas creencias y estar más en coherencia con nosotros mismos, generando bienestar.
Como decía Gandhi: “La felicidad es cuando lo que piensas, dices y haces está en armonía”.
Encontremos esa coherencia.