Tardó, pero al fin llegó. En 2013, el sistema argentino de producción de alimentos estuvo en el ojo del huracán, como ya lo está en otros países. Jamie Oliver, el chef inglés, dijo en una conferencia: “Nosotros, adultos de las últimas cuatro generaciones, bendecimos a nuestros hijos con una expectativa de vida menor a la de nuestros padres. Sus hijos van a vivir diez años menos que ustedes a causa del ambiente alimentario que construimos en torno a él”.

En el ámbito local se corrió el velo de la inocencia sobre lo que cada uno de nosotros se llevaba a la boca y quedó en la punta de nuestro tenedor un almuerzo desnudo a partir de algunos disparadores. Uno de ellos es la publicación de Mal comidos. Cómo la industria alimentaria argentina nos está matando, de Soledad Barruti. El libro investiga los procesos de producción de alimentos y el panorama que presenta es aterrador. En la introducción dice:“Este libro empezó con tres preguntas: ¿Qué comemos? ¿Por qué? ¿Cuál es el efecto que está teniendo sobre nosotros?”.
Los datos oficiales relacionados con la mala alimentación respaldan la urgencia de estas preguntas. Según la OMS, un tercio de los cánceres que afectan a la población mundial son producto de la dieta actual, no solo por lo que comemos, sino por cómo se produce aquello que comemos. Uno de los casos emblemáticos que Barruti investigó fue el de la travesía del pollo: desde que los importan hasta que aparecen en el supermercado, empaquetados, congelados. Los pollos que llegan al país para armar la línea productiva local son costosos ejemplares llamados “abuelos”: vienen en avión privado a granjas donde los reproducen por miles. De ellos surgen los “padres” (pueden reproducir unos 5 millones), que terminan dando los 540 millonesde pollos que se enviarán a los galpones de engorde. Abrumador pero hipercontrolado. Todos ellos son incubados en plantas que parecen sucursales de la NASA, donde tienen establecido el día y el horario en que deben romper el cascarón. Los que se pasan de ese momento van a la basura porque se presupone que no van a ser tan saludables como el resto.
Eso es solo un botón de muestra. Más allá de lo escabroso que puede resultar conocer el proceso de producción de eso que te estás por llevar a la boca, el libro de Barruti forma parte de todo un movimiento en nuestro país que busca concientizar sobre los peligros de no prestar atención a lo que tenemos sobre el plato.
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