
En nuestra sociedad, donde existe abundancia de alimentos ricos, hipercalóricos, listos para comer y a precios muy razonables, la obesidad es cada vez más frecuente. A la vez, esta sociedad esta impregnada por un culto al cuerpo sin precedentes, por lo que no es extraño que a la vez que aumenta la obesidad, un sector importante de la población tenga gran interés por mantener un buen aspecto físico y un peso normal.
En esta abundancia de manjares es difícil resistirse diariamente a las tentaciones, especialmente durante algunos periodos de celebraciones como Navidad, vacaciones etc. Ello conlleva a la ganancia de algunos kilos de peso y la necesidad, a veces vivida como una urgencia, de perderlos poco después. En otros casos es la presencia de una obesidad establecida e inveterada la que lleva a realizar cualquier tipo de dieta, en ocasiones desesperadas, dietas que, en algunos casos:
- pueden ser peligrosas,
- la mayoría no son saludables, y
- casi nunca tienen ningún fundamento científico, o éste es erróneo.
Dentro de estas dietas se encuentran las dietas sin carbohidratos, sin féculas, sin grasa, sin proteínas etc.
Es cierto que esas dietas hacen perder peso, pero otra cosa muy distinta es que “funcionen” correctamente. En una persona obesa la perdida de peso debe ser a expensas del exceso de grasa, y esta pérdida sólo se produce lentamente. Si se pierde peso a base de eliminar agua, el paciente puede deshidratarse, y además el peso perdido se gana rápidamente en cuanto se recuperan los líquidos que se habían eliminado. Si se pierde masa muscular en lugar de grasa se está ocasionado un perjuicio al organismo que, a largo plazo, favorece además la ganancia de peso.
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Imagen CC Por malias