Numerosas acciones que realizamos a lo largo del día las llevamos a cabo de manera automática, sin pensar. Conoce cómo se genera esta rutina para poder tratar de cambiarla.
El otro día me preguntaron qué define a un deportista. Respondí que son sus hábitos lo que le definen. Y durante unos días he estado pensando en la importancia que tienen los hábitos en nuestra vida, en el inicio de la práctica deportiva, en mantenerla y, por supuesto, a la hora de conseguir los objetivos que nos proponemos.
¿Sabíais que casi la mitad de las cosas que hacemos cada día no son meditadas? Es decir, las hacemos sin pensar. Esto significa que las hacemos de forma automatizada, sin que intervenga esa parte del cerebro que toma decisiones, que racionaliza. Con un ejemplo se entiende muy bien, cada vez que me ato los cordones de las zapatillas no analizo cuál sería la mejor manera, qué tipo de cordón es mejor… Lo hago de manera automática.
Antes de seguir, os propongo que cerréis los ojos durante unos minutos para poder recordar qué comportamientos hacemos sin darnos cuenta antes de salir a entrenar. A mí, al menos, se me ocurren cinco o seis, como: beber un baso de agua, ponerme la banda de frecuencia cardíaca, atarme las zapatillas, ponerme una coleta y, si llueve, una visera… Y ¿a vosotras cuántas?
Cada vez que se produce un determinado estímulo como una alarma que me recuerda la hora de entrenar, «de manera automática» genero una serie de comportamientos que posibilitan realizar esa actividad. Por todo esto, respondí que un deportista se define por sus hábitos. Aristóteles ya decía que «somos nuestros hábitos». Así que, como nuestros hábitos guían nuestra vida deportiva, veamos 3 aspectos fundamentales para comprenderlos mejor. Esto posibilita cuestionarlos, cambiarlos o incluso incorporar nuevos hábitos.
El primer aspecto es identificar los tres componentes básicos de un hábito. Un hábito se genera a partir de una señal, es decir, un disparador como mi estado emocional, una sensación, una determinada hora del día, una alarma que me recuerda algo. Para satisfacer esa señal se genera un comportamiento automático o rutina. Finaliza con na recompensa al realizar esa actividad o comportamiento.
Veamos un ejemplo sencillo. Imaginemos que estoy preparando un artículo y estoy atascada, bloqueada. El disparador sería esa sensación. Mi comportamiento automático podría ser salir a dar un paseo y la recompensa sería sentirme despejada para terminar de escribir el artículo. Esta sería la recompensa, es decir, esa sensación que tengo después de dar ese paseo.
El segundo aspecto es que esa recompensa, esa sensación es la que provoca que tienda a repetirla cuando se den estas circunstancias. El cerebro libera un neurotransmisor que incrementa el nivel de dopamina, generador de esa sensación de bienestar. Así, cada vez que el cerebro detecta una recompensa tiende a convertirla en hábito. Ya no tiene que preocuparse por qué hacer cada vez que me sienta bloqueada. Me ofrecerá dar el paseo.
El tercer aspecto es la tendencia del cerebro a generar hábitos. El cerebro gasta el 20% de la energía del organismo. Por esta razón trata de generar hábitos automáticos, que no necesiten energía, atención, fuerza de voluntad y esfuerzo. De esta manera, guarda energía para esas situaciones que exijan analizar la situación, toma de decisiones, resolver problemas, crear alternativas.
Lo más importante es que de la misma manera que generamos hábitos saludables también incorporamos hábitos perjudiciales que sin darnos cuenta. Los automatizamos porque en algún momento nos generaron placer a corto plazo. Así, cuál es mi propuesta para estos dos meses antes de que termine este año. Os propongo dos retos. El primero consiste en identificar esos hábitos que nos gustaría cambiar, librarnos de ellos. El segundo reflexionar cuáles queremos incorporar.
Antes de finalizar el mes de diciembre, os mostraré cómo incorporar nuevos hábitos en nuestra vida. Cómo librarnos de esos hábitos perjudiciales lo tenéis aquí. Termino con una frase de Michael Jordan para la reflexión: «Si te rindes una sola vez, puede convertirse en un hábito. ¡Nunca te rindas!».
¡Hasta pronto!