
Aunque el estrés puede producir problemas cardiacos, digestivos, inmunológicos…, sin duda nuestro cerebro suele ser el peor parado. Los cambios en el cerebro pueden ser responsables de la aparición de numerosos trastornos neuropsiquiátricos, como el trastorno de estrés postraumático, la ansiedad y, sobre todo, la depresión.
La depresión será en los próximos años otra de las pandemias con las que tendremos que convivir. Se cree que será la enfermedad más diagnosticada en las próximas décadas. Posiblemente una de cada seis personas sufrirá al menos un episodio de depresión a lo largo de su vida. Si, como hemos explicado, su plasticidad nerviosa disminuye por el estrés, la persona tendría menos capacidad para hacer frente a los desafíos de la vida y menos recursos para enfrentarse a los problemas del día a día. Por ello podría llegar a caer en un estado que se conoce con el término de desesperanza.
Por otro lado, pensemos cómo nos sentimos cuando tenemos una infección. Estamos más cansados, sin energía, sin ganas de hacer nada… ¿Nos recuerda alguno de esos síntomas a la depresión? Es lógico pensar, por tanto, que el estrés puede provocar depresión.
Además, la exposición al estrés también modifica el comienzo y el curso de muchas enfermedades neurodegenerativas, entre ellas la enfermedad de Alzheimer, que entre otras cosas se relaciona con alteraciones inflamatorias y de la plasticidad nerviosa. Justo las mismas que induce el estrés.
En principio, este panorama no parece muy alentador. Pero no hay que caer en la desesperanza. Existen estrategias que podemos usar para reducir las consecuencias del estrés. El ejercicio físico, una alimentación equilibrada, los apoyos sociales y la meditación son algunos ejemplos de estrategias que reducen sus efectos. Estrategias a tener muy en cuenta para afrontar la situación generada por la actual pandemia.
Fuente: theconversation