
¿Tiene lógica que los empleos verdes, que son por definición buenos para el medio ambiente, sean a la vez malos para quienes trabajan en ellos?
Hace un par de años, CCOO denunció el caso de siete trabajadoras que venían sufriendo alteraciones menstruales, hemorragias nasales y síntomas de irritación respiratoria, mientras trabajaban reparando aspas de molino en una carpa montada en medio de un parque eólico de Palencia. Cuando el sindicato revisó la toxicidad de los productos que se utilizaban, descubrió que entre ellos había productos alérgenos, cancerígenos y disruptores endocrinos. Tampoco hace mucho se supo que en una escuela estadounidense había saltado la alarma porque varios profesores presentaban síntomas asmáticos. Los inspectores que revisaron las instalaciones del colegio llegaron a la conclusión que los casos se relacionaban con la reciente aplicación en el edificio de espuma de isocianato y otros revestimientos aislantes para mejorar su eficiencia energética. Hay también casos documentados de caídas mortales durante la instalación de placas solares en tejados, de quemaduras por arco eléctrico durante operaciones de mantenimiento en turbinas eólicas o de incendios por vapores inflamables utilizados en trabajos de aislamiento. Podríamos extender la casuística con el dato de que el sector de reciclaje y tratamiento de residuos tiene una de las incidencias más elevadas de accidentes mortales en la industria, o citando casos de intoxicaciones y lesiones por movimientos repetitivos en empresas de reprocesado de metales, o señalando los riesgos por estrés térmico y por la posible exposición a sílice en la fabricación de placas solares. Seguir leyendo
Fuente: Equolumnistas Autor: Pere Boix