
Se cumple un mes desde la tragedia del caso del accidente de avión en los Alpes franceses. Durante este tiempo hemos podido conocer como el joven copiloto Andreas Lubitz, además de los trastornos de depresión, sufría de una profunda ansiedad por el hecho de perder su licencia a volar y la imposibilidad de llegar a ser comandante de aeronave en el futuro. Las noticias refuerzan la hipótesis del temor a no poder renovar la licencia de vuelo en el mes de junio, frustrando por ello su carrera profesional y dañando por tanto su desarrollo laboral y económico futuro. Esto podría, posiblemente, explicar el porqué Lubitz ocultó su baja médica por depresión a la empresa o el porqué el jóven visitó distintos médicos con el fin de conseguir una segunda opinión facultativa.
Con toda seguridad, el caso de Lubitz nos suene como algo lejano a nuestra realidad personal y profesional. Pero si centrásemos nuestro foco de atención en algunos de los pensamientos que posiblemente obsesionaban al joven copiloto (miedo a perder el trabajo, inseguridad laboral, imposibilidad de continuar su carrera profesional) más de uno de los lectores se verá reflejado. No quiero decir con ello que todos somos potenciales asesinos de aviones, pero sí que las condiciones actuales de trabajo y organizativas están afectando a nuestra salud mental y por ende a cometer determinadas locuras, pudiendo especularse por parte la ampliación de la responsabilidad más allá del autor material.
Pero este “accidente” aéreo sería un ejemplo más de la incidencia e importancia de los riesgos psicosociales, aunque en este caso será el más mediático y doloroso (por ahora) por el número de pérdida de vidas humanas. En cualquier caso, todavía podemos tener en nuestra memoria (y en las hemerotecas) otros casos similares no muy lejanos tales como los suicidios en la operadora de telefonía France Télécom, los también suicidios de la taiwanesa Foxxcon (subsidiaria del gigante Apple), o las agresiones y asesinato en la Clínica de La Concepción en Madrid por parte de una médico residente. En todos ellos, podremos observar la influencia de aspectos organizativos sobre la salud mental de los trabajadores. ¿Será el último? Por desgracia, y con toda probabilidad, no y tendremos que enfrentarnos en el futuro a nuevos casos de trabajadores con graves problemas psicológicos en sus puestos de trabajo.
Es obvio, que cada caso es distinto y que en el caso del accidente aéreo de los Alpes, el responsable fue Lubitz, pero ello no quita el que las empresas, los Gobiernos y la Sociedad en su conjunto, tenga que hacer una reflexión sobre este tema y dirimir sobre el grado de responsabilidad de cada uno.
Todos estos casos citados son productos de los nuevos escenarios globales, los nuevos sistemas de organización, las nuevas tecnologías y, sobre todo, de las nuevas relaciones económicas competitivas y laborales en el que las organizaciones están obligadas a moverse, y donde los trabajadores que las integramos estamos sufriendo a través de nuevos riesgos laborales.
Todos estos cambios requieren una gran capacidad de adaptación cognitiva y emocional de los trabajadores actuales, siendo una fuente importante de estrés y causando de un deterioro importante de su salud mental y su bienestar psicológico. Pero el estrés no puede ser ya un cajón de sastre de los riesgos psicosociales. Ahora, la inseguridad laboral y la precariedad de los contratos, la elevada intensificación del trabajo, la competitividad y la tecnificación del puesto de trabajo se han convertido en los nuevos riesgos psicosociales.
Si pensamos, por ejemplo, en el caso de la inseguridad laboral (como quizás le ocurrió a Lebitz) en las últimas décadas hemos pasado de modelos de relaciones laborales basados en la formalidad y la estabilidad laboral en los que el trabajador tenía una estructura sólida, segura y previsible a otra basada en la impredecibilidad, los cuales llevan al trabajador a una sensación de pérdida de control y previsión, generándole altos niveles de estrés y angustia. Esto no solo afectará a los trabajadores que han perdido su empleo sino, y sobre todo, a los que lo tienen en la actualidad y viven constantemente en el miedo de perderlo, generando dicha inseguridad futura graves problemas psicológicos no solo individuales, sino también en el entorno familiar y social del trabajador.
Por ello, empresas, Gobierno y agentes sociales deberán promover ambientes saludables, promoviendo organizaciones como un espacio en donde se desarrollen prácticas encaminadas no solo a la prevención de riesgos (físicos o psicológicos) sino un lugar donde se lleve a cabo una saludable gestión del trabajo. Pero para ello, debemos partir primero, y ante todo, de una concienciación del problema por parte de todos (sociedad), apartándolo de la estigmatización del problema y desarrollando herramientas preventivas (no solo evaluativas). Deberíamos estudiar en profundidad la amplitud y profundidad de este problema, sin ningún tipo de miedo a los resultados. Posiblemente, nos estamos enfrentando a un grave problema de salud pública, en este caso no provocado por ningún fenómeno o ser vivo de origen natural, sino por el propio sistema económico y social que hemos construido y desarrollado. Ahora, y como novedad, esta nueva pandemia no podrá solventarse mediante medicamentos elaborados desde el sistema productivo y económico y del cual obtendrán algunas empresas elevados beneficios económicos, sino y en esta ocasión todo lo contrario, cambiando algunas de las reglas del juego en las que se basa este mismo sistema y que le tendrá que llevar a detraer parte de sus beneficios económicos. Todo ello hace que la solución al problema sea más compleja.
El reto es complicado y difícil. Pero las instituciones públicas no pueden obviar este problema y mirar hacia otro lado o responsabilizar exclusivamente a factores individuales o de enajenación mental, algunas de las alertas que nos están llegando. De hecho ya se empiezan a ver algunas propuestas, como la puesta en marcha de la campaña europea “Gestionemos el estrés” promovida por la Agencia Europea para la Seguridad y Salud.
En este sentido, desde el año 2013, investigadores de varias Universidades europeas estamos llevando a cabo un estudio por encargo de Dirección General de Empleo, Asuntos Sociales e Inclusión de la Comisión Europea, sobre formas de prevención de estos riesgos psicosociales emergentes. Esperemos que los resultados que obtengamos en este estudio trasnacional nos permite aportar un poco más de claridad a este difícil y desconocido panorama y podamos contar con herramientas que nos ayuden a prevenir nuevos accidentes como el ocurrido en los Alpes.
Francisco Díaz Bretones- Profesor de Psicología Organizacional de la Universidad de Granada- Coordinador del equipo español del proyecto Europeo sobre Prevención Participativa de Riesgos Psicosociales Emergentes
Prevencionar se reserva el derecho de reproducir o ceder sus contenidos en otros medios, obligándose a citar fuente y autor. Queda expresamente prohibida la reproducción total o parcial de los mismos sin autorización expresa. Prevencionar no se hace responsable de las opiniones expresadas en los artículos y/o entrevistas. Si quieres participar en el apartado artículos y/o entrevistas o en Prevencionar Magazine mandamos un mail a: redaccion@prevencionar.com