Martín estaba muerto. Eso para empezar. No cabe la menor duda al respecto. Así se podía leer en su acta de defunción, en la inscripción del registro civil, en del diario provincial y así pensamos todos al ver su cuerpo rígido, frío, imperturbable, tumbado sobre el grisáceo suelo de hormigón de la oscura nave del almacén de productos terminados, sobre todo cuando el veterano médico forense después de inclinar su cabeza invitó con seriedad a sus dos celadores a que cubrieran el deformado rostro de Martín con aquella sábana blanca, a la espera de ser transportado hacía la fría morgue del tanatorio municipal.
Pero a pesar de estar realmente muerto algunos teníamos la extraña sensación de que aún seguía con vida. A veces a primera hora de la mañana, cuando en el interior de la nave alguien manipulaba el viejo y ruidoso puente grúa a muchos de nosotros nos parecía realmente oír su voz, con aquella risa contagiosa, su cigarrillo negro en la boca, y ese ligero olor a anisado que le podía acompañar durante prácticamente todo el mes de diciembre. Era también Martín el encargado de las participaciones de lotería, siempre jugábamos el mismo número hasta que ocurrió el fatal accidente, la verdad es que nunca nos tocó nada, a pesar de que Martín nos repetía una y otra vez que tenía un presentimiento muy especial… ¡maldito presentimiento!
Ya estaba a punto de cumplirse cinco años de aquel fatídico día. Como de costumbre organizamos en la nave principal nuestra comida de empresa, entre todos hacíamos de aquel inhóspito lugar un gran salón de celebraciones, Todo quedaba perfectamente decorado para la ocasión, chacinas, quesos, patatas, olivas incluso este año teníamos una pequeña barbacoa y algunas bebidas para animar la fiesta… Pero esta vez algo nos preocupaba a todos demasiado, la mujer de Martín podía acercarse a recoger la cesta de su marido…
Y diréis ustedes ¿cesta? ¡Si Martín estaba muerto! Sí, estaba muerto de cuerpo, muerto civilmente pero seguía muy vivo judicialmente. ¡Sí!, su caso aún seguía abierto, después de tanto tiempo aún quedaba pendientes de resolver muchas cuestiones: testigos que no se presentaban, cambios de opinión de última hora, certificados que aparecían por arte de magia, otros que desaparecían incomprensiblemente, dudas sobre la formación, sobre la orden de trabajo, sobre la profesionalidad de la víctima, del encargado, del gerente. Los primeros años prácticamente todos los compañeros llegamos a ser imputados…dada la complejidad del asunto de modo cautelar la juez dio orden de que mientras no existiera sentencia firme la viuda tuviera derecho a todos los bienes del marido como si estuviera realmente vivo. Así que Marta provisionalmente estaba recibiendo todos los meses el sueldo íntegro de su esposo, incluidas las pagas extras, incluso este año podía recoger, si quería, hasta la misma cesta de navidad.
Todos recordamos aquel día, cuando Marta entró por el portón metálico del taller, con su alma aún enlutada y su mirada compasiva, todos los presentes no pudimos más que inclinar nuestro rostro, apenados por lo sucedido y avergonzados por el transcurrir de los acontecimientos.
Marta: Buenos días. Dijo la mujer con su frágil voz.
Buenos días. Todos asentimos, pero ninguno de nosotros atinó a pronunciar ninguna otra palabra
Marta: venía por…antes de que terminara la frase, el almacenero cargado con la cesta salía por el portón…
Almacenero: ¡aquí está la cesta! Donde se la pongo.
Marta: ese es mi coche. Con una gran frialdad el almacenero colocó la cesta en el interior del maletero.
Marta: bueno adiós, felices fiestas a todos.
Felices fiestas. Respondimos todos en coro.
Algunos compañeros no pudimos resistir el momento, y empezamos a llorar conmovidos por la dura situación que habíamos presenciado.
De repente el coche de Marta se dio la vuelta, la mujer abrió la ventanilla de su coche, y nos mostró unas participaciones de lotería: olvidé deciros que tengo participación de lotería de la asociación de padres del colegio de mi hija, se juega mañana ¿queréis?
Todos nos acercamos al coche de Marta, y para no estar trapicheando con la lotería en la puerta de la empresa, le invitamos a pasar al interior de la nave.
La acomodamos en la mesa, y le ofrecimos una copa de vino….
Todos recordamos a Martín, era un buen compañero….
Marta, lo se…Martin también también hablaba muy bien de vosotros, casi todas las noches me contaba con pelos y señales todo lo ocurrido en el taller; es cierto que muchos días venía con problemas, pero otros y fueron también muchos venia riéndose a carcajadas, de recordar lo sucedido, el chiste de éste, la risa de aquel, … Martín nunca permitía que nadie hablara mal de su empresa, erais como su familia, os conozco a todos por vuestros motes sin apenas conoceros en persona: el Canijo, el Chevi, el Brogales, el Rafita, el Pancho, la Rubia, el Melli, el Chispas, el Cano, el Solís, el Pardillo…Y prácticamente podría decir que tú eres el Chispas, tú el Canijo….increíblemente la viuda sabía quién era cada uno de nosotros. Sabía tanto de nosotros como si nos conociera de toda la vida.
Con la charla, la risa y la copa de vino, la cosa se prolongó hasta bien entrada la tarde. La luz del sol ya se estaba perdiendo en el horizonte. Y el frío del atardecer nos invitaba a todos a marcharnos a casa.
Recuerdo que cuando cerré el portón de la nave del taller oí una gran risa contagiosa, era como si Martin estuviera por allí…
Ya era veintidós de diciembre, mi último día antes de coger las vacaciones de navidad, como de costumbre abrí el portón metálico de la nave del almacén. Por fin después de tanto tiempo, estrenábamos puente grúa, revisé el estado de las eslingas, verifiqué el correcto estado de los pestillos de seguridad, verifique el peso máximo de la carga, todo correcto,…de repente comprendí que ya nunca más volvería a caerse una carga sobre nadie. Volví a sentir una gran risa a mi alrededor…sé que era Martín, pero la verdad es que me dio un poco de miedo y para no volver a oírlo puse el volumen de la radio un poco más alto. Serían sobre las 8:30 cuando un niño cantaba con una dulce voz: treinta y un mil novecientos noventa y cincoooo…era nuestro número…todos empezamos en gritar de alegría…
Ya nunca más volvimos a oír la contagiosa risa de Martín andar por el taller, aunque sé que todos le recordaremos para siempre.
Felices Fiestas!!