
La percepción pública de un riesgo es un concepto complejo en el que intervienen diversos factores, los cuales modelan la respuesta social ante lo que se identifica como un peligro.
Sin duda uno de los factores más significativos que incide en la percepción social de los riesgos es el miedo a lo desconocido, a lo novedoso o a lo que es difícil de comprender. Este es un factor que acompaña a la humanidad casi desde sus orígenes. En general a lo desconocido se le tiene más temor que a lo conocido aún cuando objetivamente sea menos peligroso, pues las personas actuamos bajo el principio de precaución, ante la duda de no saber sobre algo nos protegemos inconscientemente pensando que puede representar algún peligro para nosotros. De hay viene por ejemplo el temor generalizado que solemos tener desde pequeños a la oscuridad.
Una muestra clara de este factor del miedo a lo desconocido en la percepción social de los riesgos son los avances tecnológicos. Siempre que se produce algún cambio tecnológico importante se produce una inquietud general sobre los posibles efectos que pueda tener el “nuevo invento”. Así ha ocurrido a lo largo de toda la historia de la humanidad, con invenciones y descubrimientos como el fuego, la pólvora o los vehículos a motor por ejemplo. Sin duda elementos que presentan peligros intrínsecos, pero que en los principios de su descubrimiento y uso se les atribuían muchos más de manera totalmente irracional.
Hoy en día este fenómeno se ve incrementado por el imparable avance científico y técnico que desarrolla constantemente nuevas tecnologías cuyos principios de funcionamiento son de difícil comprensión para la inmensa mayoría de la población. Lo realmente curioso es que al cabo del tiempo cuándo ya se han asimilado estas tecnologías llega a ocurrir lo contrario, se suelen tolerar algunos riesgos que se descubren ciertos de estas tecnologías. Es una cuestión de coste-beneficio. Cuándo aparece una nueva tecnología todavía no se sabe el beneficio que va a causar en la ciudadanía y se miran peor los posibles efectos adversos que pueda tener. En cambio cuándo ya se conocen y se disfrutan los beneficios de la tecnología, se toleran mejor dichos efectos aún cuando se haya comprobado que sean ciertos y potencialmente peligrosos. Por ejemplo, los equipos de radiografía por rayos X si se inventasen hoy en día, con los conocimientos actuales sobre los efectos de la radiación ionizante en la salud humana, es muy probable que existiesen muchas dudas para su autorización para uso general. Lo que ocurre es que su uso generalizado y habitual, y el indudable beneficio que aporta hoy en día en el diagnostico médico, hacen más tolerables los posibles riesgos que puedan tener.
Otro claro ejemplo de temor a lo desconocido es el hecho de que genera mucha más alarma social la aparición de casos de contagio por algún virus extraño en alguna región remota del mundo que la existencia real de algunos virus en nuestro entorno que cada año generan muchas muertes y enfermedades graves. Así ha ocurrido en los últimos años con los brotes de virus como el de la gripe aviar o el de la gripe A. Este último llegó a nuestras latitudes y en algunas personas pudo generar problemas de salud pero ni de lejos comparables con las secuelas que provoca el virus de la gripe “normal” cada año en nuestro país (se estiman unas 1.500 muertes al año). En la actualidad pocos se conmueven al ver cada otoño-invierno las noticias de la aparición de brotes de gripe “normal” en nuestro país, sin embargo la noticia de algún fallecimiento en algún país remoto por alguno de estos virus extraños causa verdadero terror social, cuándo muy seguramente tenemos mucha mayor probabilidad de contagiarnos y de tener serios problemas de salud por la gripe “normal” que por esos otros virus.
Otro ejemplo es el miedo general que se tiene a la energía nuclear, quizá asociado a la percepción que se tiene por los efectos provocados en su día por su uso bélico. Pero lo que es cierto es que por la energía nuclear en su uso pacífico a día de hoy se cuentan muertes por accidentes directos como el de la central de Chernóbil e indirectos como los de la central de Fukushima derivado de un maremoto, pero realmente se trata de un número pequeño (aunque no por ello poco importante) comparado con el causado por la quema de combustibles fósiles (carbón, gas y petróleo) para la producción de diferentes tipos de energía. Hoy en día es muchísimo más probable que nos mate una central de carbón o de petróleo que una central nuclear. Lo que ocurre aquí, además del desconocimiento de la energía nuclear, es la mayor tolerancia social a aquellos riesgos que se van materializando en el tiempo y sus efectos son a largo plazo, es más tolerable una muerte lenta muy probable a largo plazo que una poco probable muerte rápida a corto plazo, mucho más dramática e impactante.
Algo similar ocurre con agentes como los alimentos transgénicos, las líneas eléctricas de alta tensión o las antenas de telefonía móvil. Son innovaciones tecnológicas relativamente recientes que causan bastante inquietud en amplios sectores de la sociedad por sus posibles efectos a largo plazo en la salud humana, más por el desconocimiento de su etimología y su funcionamiento que por el conocimiento real a día de hoy de efectos sobre la salud humana.
En particular, es curioso que se tenga más temor a las posibles consecuencias de las antenas de telefonía móvil que al uso de los propios teléfonos móviles, los cuales sí está demostrado hoy en día que pueden ser posibles causantes de tumores cerebrales. Nos llevamos las manos a la cabeza si vemos una antena de telefonía móvil cerca de nuestra casa o del parque de nuestros hijos, pero usamos los modernos smartphones todo el día y se los dejamos usar sin problemas a nuestros hijos. Seguramente es porque no comprendemos bien la necesidad de las antenas de telefonía móvil y su adecuada ubicación y distribución para que los teléfonos móviles funcionen como todos queremos (con plena cobertura en cualquier sitio y en cualquier momento). Los posibles efectos de los propios aparatos smartphone son tolerados y hasta desconsiderados por la sociedad por la percepción de elevado beneficio que aportan a nivel colectivo e individual.
Otro factor que influye en la percepción social de los riesgos es la de la proveniencia natural o artificial del posible foco de riesgo. Se toleran mejor los riesgos de origen natural que los que puedan venir de la actividad humana, de los cuales de entrada se desconfía más. Por ejemplo, hoy en día se temen los posibles efectos para la salud que puedan tener ciertas radiaciones electromagnéticas generadas por instalaciones y equipos de telecomunicaciones, como las de las antenas de telefonía móvil, cuándo realmente el mayor agente cancerígeno demostrado dentro del espectro electromagnético es el Sol y su radiación ultravioleta. Parece que lo natural se percibe como inevitable e incontrolable y por ello se asume mejor.
La cercanía o lejanía al foco del riesgo también es un factor importante a la hora de configurar la percepción del riesgo por la sociedad. Es curioso el temor e inquietud general que se produce cuándo se habla de construir una central nuclear o un cementerio nuclear en una ubicación concreta. En las poblaciones del entorno (excepto en la que exactamente se piensa construir la instalación pues suele salir muy beneficiada) se genera mucho temor y oposición a estas instalaciones por el posible riesgo de fuga y contaminación radiactiva. No obstante, hay que ser conscientes que, aún siendo de una probabilidad muy pequeña, en el caso de producirse un suceso de este calibre la afectación sería para una extensión grande por lo que se verían afectadas muchas poblaciones, incluso a muchos kilómetros de distancia. Algo similar pasa cuando se proyecta ubicar una cárcel en alguna localidad. Todavía existe cierta inquietud de que construyan alguna en nuestra ciudad, cuándo realmente se sabe que los índices de delincuencia y de sucesos no aumentan por el hecho de tener una prisión cerca.
Otro factor de vital importancia hoy en día en la percepción social de los riesgos es sin duda la influencia de los medios de comunicación y de los grupos y sectores de creación de opinión pública. Muchas veces existen tendencias ideológicas que fuerzan un posicionamiento en contra de ciertos avances tecnológicos, magnificando o tergiversando los datos científicos reales existentes sobre sus posibles efectos en la salud humana o sobre el medio ambiente. Del mismo modo, pero en sentido contrario, puede afirmarse de los grupos empresariales y sectoriales que son los que promueven y explotan dichas innovaciones tecnológicas.
Un factor también a considerar en la percepción humana de los riesgos es la voluntariedad de exponerse al riesgo en sí, se asumen mejor los riesgos cuánto mayor es la voluntariedad de exponerse a los mismos. Parece evidente que mucha gente no ve peligro alguno en algunas actividades como los deportes de aventura y si lo ven por ejemplo en viajar en avión que no es tan “voluntario”. Del mismo modo, se tiene mucha desconfianza a algunos aditivos que pueden llevar algunos alimentos que necesariamente tenemos que comprar y consumir y no se aprecia el infinitivamente mayor peligro para la salud que es la de inhalar voluntariamente el mayor de los agentes cancerígenos por todos conocido. Si hablamos de agentes cancerígenos, sin duda el más mortífero de todos es uno bien conocido y extendido, que debería causar terror, mucho más que el amianto, el polvo de sílice o la carne quemada. Todavía hay hoy gente que se asusta al ver alguna vieja cubierta de uralita de las antiguas fabricada con fibras de amianto y no se escandaliza porque esté legalizado y se consuma masivamente el tabaco. En este caso se trata de un riesgo “asimilado” socialmente por hábito y costumbre.
La frecuencia y la cotidianidad del riesgo también influyen en su percepción como peligro, por ejemplo en general existe más miedo a tener un accidente de avión que de coche, cuándo es mucho más probable estadísticamente tener un accidente de coche. De hecho la principal causa de muerte traumática en personas jóvenes y de mediana edad en nuestro país es la de accidentes de tráfico. Tiene mucho más riesgo un coche que un avión.
Prevencionar se reserva el derecho de reproducir o ceder sus contenidos en otros medios, obligándose a citar fuente y autor. Queda expresamente prohibida la reproducción total o parcial de los mismos sin autorización expresa. Prevencionar no se hace responsable de las opiniones expresadas en los artículos y/o entrevistas. Si quieres participar en el apartado artículos y/o entrevistas mandamos un mail a: redaccion@prevencionar.com