
En cuatro años han cambiado muchas cosas. Hemos atravesado una cruda coyuntura social y económica aun no superada. Los trabajadores de este país se han empobrecido y sus condiciones de trabajo también se han deteriorado. Hemos incorporado una nueva palabra inglesa a nuestro vocabulario habitual, el “rustout”, la angustia laboral generada por la incertidumbre y la inestabilidad en el trabajo, como antes hicimos con el “burnout” y el “moobing” Las desigualdades y las diferencias salariales han aumentado exageradamente. Así, mientras se ha ido incrementando la precariedad en el empleo con salarios a la baja y mayor pérdida al disminuir la cualificación, un 1% de trabajadores han visto como éstos, bien al contrario, se incrementaban un 7% de promedio en el mismo período. ¿Será cierto lo que plantean científicos sociales como Jeremy Rifkin y tantos otros, al decir que estamos abocados a una nueva sociedad de clases en el trabajo, un bien escaso en donde unos pocos talentosos, cercanos a las estructuras económicas de poder y de negocio, acapararán las ventajas de los incrementos de productividad que ofrece la tecnología, mientras una mayoritaria clase social en el sector servicios tendrá salarios bajos y condiciones de trabajo nada favorables, además de un tercer e importante colectivo en condiciones de trabajo totalmente precarias o en la economía sumergida?. Espero que ello no suceda y por supuesto, no se tolere, pero hemos de estar alerta. Afortunadamente, la economía social está teniendo un peso creciente para paliar desequilibrios y habrá de absorber el empleo que la economía de mercado no sea capaz de generar. El cooperativismo, especialmente el de trabajo asociado, ha estado generando empleo en estos cuatro años, y lo va a generar con creces en un futuro, junto a trabajadores autónomos, microempresas y pymes que son las que crean empleo. Además, amigos, el talento y la implicación de las personas en el proyecto empresarial, algo imprescindible, no es mercancía de cambio. Artículo completo
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