
Tavi no paraba de cambiar de postura en la cama. El reloj avanzaba inexorable y no había forma de quedarse dormido. A la angustia de no descansar lo suficiente para un buen retorno de vacaciones, se sumaba una cierta sensación de vergüenza de que esto le pudiera estar pasando a él. Él era positivo, se sentía afortunado por el hecho de trabajar, por su trabajo en particular, y por el buen ambiente en su departamento. Incluso había sido disciplinado en ir adecuando los horarios durante la última semana, para evitar cambios bruscos. Por supuesto, no había probado el café en todo el día y no había dejado de practicar deporte, cosa que le hacía sentir más relajado y con mejor estado de ánimo. Además, los nuevos retos que se había fijado le hacían estar contento y motivado. El ir a la cama a una hora más que razonable no le había servido de nada, porque ahí se encontraba, con los ojos como platos, observando los pocos minutos que le quedaban para escuchar un sonido que hacía tres semanas que no escuchaba. Años anteriores se había notado inquieto la última noche de vacaciones, era algo normal, pero esta vez era demasiado. ¿Sería la edad? ¿Estaba perdiendo capacidad de adaptación a los cambios? ¿El miedo escénico? Decidió no alargar más la agonía. Desconectó la alarma, se duchó, desayunó y salió de casa hacia el trabajo, con serias dudas de si podría rendir toda la jornada. Se metió en su coche, puso la llave en el contacto y al girarla se puso en marcha la radio. Al avanzar hacia su destino se sentía como hipnotizado con la música de U2:
It’s a beautiful day
The sky falls and you feel like
It’s a beautiful day
Don’t let it get away
Y entonces ocurrió algo que, a decir verdad, esperaba que ocurriera tarde o temprano. Al entrar en un túnel, fue engullido por la rutina. Cuando salió de él, 3 meses y medio más tarde, volvió a sentirse especialmente feliz. A los diez días volvió a coger el coche con la esperanza de encontrar un camino hacia el trabajo alternativo, sin túneles.
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