
“Me mareaban entre los del servicio de prevención y la mutua y yo veía que me faltaba el aire y sentía algo raro en el pecho. Pero los del servicio me ponían apto en todos los chequeos. Tuve que forzar las cosas”
Dani Ramos no está hoy para celebraciones. Este domingo se conmemora el Día Mundial de la Seguridad y la Salud en el Trabajo, pero para él, sus años de marmolista son cosa del pasado. A sus 30 años, ya es un enfermo en vida. Solo ha trabajado seis años en una marmolería de Lemoa (Bizkaia), pero sus pulmones están ya muy dañados. Partículas microscópicas de polvo de sílice se han incrustado en sus alveolos. El diagnóstico es claro: psilicosis, segundo grado de afección, incapacidad total. La enfermedad sigue avanzando. Nadie sabe hasta dónde ni cuánto, pero el riesgo de colapso pulmonar está ahí. Según las estadísticas médicas, tiene tres veces más posibilidades de tener tuberculosis y un 40% de padecer cáncer de pulmón a lo largo de su vida.
Acostumbrado a respirar ese polvo que todo lo impregna mientras cortaba los tableros de aglomerado de cuarzo con los que se fabrican las encimeras de las cocinas y baños, los pulmones de Dani han enfermado irremediablemente. Pero el diagnóstico no le ha quitado fuerza para levantar el dedo acusador: “No importaba si usabas o no mascarilla, era el momento en el que las encimeras volaban para las casas en construcción. Nadie nos avisó de nada, ni el fabricante, ni los servicios de prevención, ni los jefes. En los empresarios primaba más la producción y el dinero rápido, que la seguridad. Ahora se echan unos la culpa a los otros, pero al final pagamos los de siempre, los obreros”, clama, mateniendo el dedo acusador en alto. El dedo y una sentencia entre sus manos que le va a permitir incrementar los 1.019 euros que entran ahora en su bolsillo al mes tras ganar los recargos de prestaciones en su demanda contra el servicio de prevención.
“Me mareaban entre los del servicio de prevención y la mutua y yo veía que me faltaba el aire y sentía algo raro en el pecho. Pero los del servicio me ponían apto en todos los chequeos. Tuve que forzar las cosas, análisis por mi cuenta, ir hasta Oviedo al Instituto Nacional de Silicosis, pegarme con el médico de familia, que no daba valor a los análisis que traía de allí. Es increíble: los que tienen que velar por tu salud, te engañan. Y nadie quería saber nada de pagar la incapacidad hasta que definieran lo mío como enfermedad profesional”, relata Dani. Seguir Leyendo
Fuente: El Diario