
Yo creo que la mayor parte de los lectores de este artículo nos habremos planteado más de una vez la siguiente reflexión: ¿estaré enganchado al móvil?
Tan solo una década después desde que Steve Jobs deslumbrara al mundo con su iPhone, los teléfonos inteligentes se han propagado por todos los rincones del planeta y han transformado de pleno nuestra existencia. Así, más de una de cada cuatro personas a nivel mundial se conecta a Internet a través del móvil, propiciando un nuevo espécimen del siglo XXI, que se ha venido a denominar el ‘Phono sapiens’. Tan es así, que algunos -los más listos de la clase- han empezado a “desintoxicarse”, si bien es cierto que la mayor parte de ellos no han podido dejarlo.
Casi todos, -y a mí personalmente me ha ocurrido con demasiada frecuencia-, hemos sufrido algún reproche o tirón de orejas por parte de nuestros colegas o de nuestros seres más queridos, que requerían de nuestra atención y no hemos sido capaces de “desconectarnos” aunque fuera unos pocos minutos. Después, nos invade un sentimiento de culpa que nos vuelve a traer a nuestra conciencia ese rin tintín de ¿estaré enganchado al móvil? y surge un nuevo propósito de hacer una dieta libre de Smartphone, al menos cuando estamos con aquellas personas que requieren de toda nuestra atención.
Con las nuevas tecnologías, llegaron nuevas tecnopatías, como la “wiitis”, la ‘whatsappitis’ , la “smartphonitis” y toda una retaila de “iitis”, pero a mi juicio, el verdadero riesgo es más dañino a nivel psicosocial que a nivel físico, con una afectación que incluye un abanico de síntomas relacionados con nuestro comportamiento social, cognitivo, emocional y relacional.
Estrictamente, no podemos hablar de una “adicción” según la define el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (conocido como DSM), pero sin duda se trata de una pérdida de control sobre nuestra conducta con consecuencias indeseables, incluso graves, lo que técnicamente se denominaría un “uso abusivo”, o sea, una adicción de toda la vida y son muchos los estudios que tratan de identificar la gravedad y la magnitud del problema, tanto a nivel laboral como extralaboral, así como en las diferentes etapas de la vida.
A diario tenemos ejemplo de ello, con noticias como la instalación de señales luminosas en el suelo para evitar los atropellos y las caídas a los andenes de los usuarios de móviles que andan mirando absortos hacia la pantallita. Y no hablemos de otros problemas como la pérdida de ejercicio de la memoria, la perdida de atención, la falta de la capacidad de orientación o por la noche, cuando nos llevamos el aparatito a la cama y con sus luces, torturamos al cerebro perjudicando el ciclo natural del sueño.
Pero conviene recurrir a la psicología social para dar contexto al problema. Cada nueva tecnología, desde la imprenta hasta la televisión, ha generado un rechazo previo que tiende a considerar un trastorno el cambio de hábitos que genera. Pero también es cierto que a lo largo de la historia muy pocas veces hemos estado tan apegados a un objeto. Concentra innumerables fuentes de ocio, de placer, de obligaciones laborales y sociales. Podríamos decir que es una versión reducida de nosotros, de nuestras relaciones y aspiraciones. Proyectamos tal atención sobre el aparato que llegamos a sentir que vibra en nuestro bolsillo.
Varios estudios han analizado cómo respondemos a la privación del móvil: cuando se nos encomienda una tarea y el móvil está recibiendo notificaciones sin que podamos consultarlas, somos incapaces de concentrarnos en condiciones por culpa de la ansiedad que nos provoca, e incluso se han descrito síntomas de hiperactividad. Es normal, dado que el 90% de los usuarios no nos separamos del dispositivo más de un metro en todo el día. El tic de nuestra era ya no es hurgarse la nariz, sino desbloquear el móvil sin motivo cada pocos minutos (lo hacemos entre 80 y 150 veces al día), y que se ha venido a denominar el multitasking.
En el libro en defensa de la conversación, se plantea la importancia de ese contacto entre los humanos para desarrollarnos en plenitud y la perdida en la capacidad de empatizar que está perjudicando a las relaciones personales, acostumbrados a mantener conversaciones de baja intensidad mientras tratamos a las máquinas casi como si fueran humanas y desarrollamos hábitos que nos hacen tratar a los seres humanos casi como máquinas.
Cada vez que miramos el móvil se está produciendo un fenómeno muy conocido en psicología denominado refuerzo intermitente. Y es exactamente el principio en el que se basa el vicio del móvil: cada vez que lo miramos hay algo. Puede ser bueno (un me gusta) o mejor (que te haya pedido amistad alguien que te interesa). Cada vez que entramos en una app estamos tirando de la palanca para ver qué nos toca: un e-mail de trabajo, un chiste simpático en Twitter, una foto de la persona que nos atrae en Snapchat. Así es como nos enganchamos al móvil, con el mismo truco que activa la ludopatía: incluso con el sonido de las notificaciones, como antaño las máquinas tragaperras, que son un condicionamiento digno del famoso perro de Pávlov, que en este caso, se alimenta con comida tecnológica.
Así como la globalización ha roto las barreras entre el espacio y el tiempo, podemos afirmar que el Smartphone ha desdibujado la frontera entre ocio y trabajo. ¿Cuántas veces cogemos el móvil para hacer una cosa útil y cuando lo soltamos ha pasado media hora y no hemos hecho lo que íbamos a realizar? Es un dispositivo psicológicamente poderoso que cambia no solo lo que hacemos, sino quiénes somos. Hacemos muchas cosas con el móvil, pero éste también nos obliga a realizar muchas más. La tecnología nunca es neutra. Se ha generado un apego porque lo necesitamos. Hay un reproche social por estar todo el día conectados, pero es bastante común recibir un e-mail de trabajo a las diez de la noche de un domingo. Y lo que es peor: un 25% de los españoles reconocen usar WhatsApp para cuestiones laborales, según un CIS reciente. Mucho del estrés extremo, del que provoca incluso muertes por trabajo, está causado por los móviles. La oleada de suicidios provocados por la presión empresarial ha obligado a plantear el “derecho a la desconexión digital” en la contestada reforma laboral francesa.
Por otro lado, aparte de las patologías derivadas del abuso ya comentadas, nos encontramos en el lado contrario con otras patologías, que se han denominado nomofobias derivadas del miedo a estar sin el teléfono. ¿Quién es capaz de dejarse el móvil en casa y no tener un deseo irrefrenable de volver a por él? ¿Quién se ha quedado sin batería una tarde y no ha tenido la sensación de estar ilocalizable? ¿Quién ha salido sin teléfono y no ha albergado la sospecha de que precisamente a esas horas recibirá una llamada importante que no podrá atender? ¿Quién ha salido del cine o del teatro en alguna ocasión y ha aguantado hasta la puerta de la calle sin revisar sus llamadas o mensajes perdidos? Quien no pueda responder satisfactoriamente a estas preguntas, que se quede con este nombre: nomofobia. Es el término, abreviatura de la expresión inglesa ‘no-mobile-phone phobia’, esto es, temor y ansiedad ante el hecho de no poder consultar su Smartphone cada vez que lo desea.
Ante este panorama, el objetivo a conseguir en la población es un uso responsable de la tecnología. Por ello, el mejor teléfono móvil es aquel que usamos sólo cuando de verdad nos es útil y aquel del que podemos prescindir sin que nos ocasione ningún tipo de alteración, y para lograrlo, los expertos nos pueden enseñar a utilizarlo bien, esto es, que el móvil no nos domine y que seamos nosotros los que lo dominamos a él. Se trata de adoptar medidas higiénicas y de psicoeducación para aprender a usar bien estos dispositivos.
Pues aquí tienes algunas pautas saludables que he recopilado de la bibliografía. Espero que te sean útiles.
- Mientras duermes, siempre deja el teléfono en modo avión. Y, durante el día, por lo menos cuatro horas (no hace falta que sean seguidas, pueden ser de treinta en treinta minutos).
- No lleves el móvil encima en todo momento. Ni en casa, ni en el trabajo. Busca un lugar en la oficina y en tu hogar en el que dejarlo, que quede fuera de tu campo de visión y de tu campo de tacto. Así no notarás a cada momento la vibración de los avisos varios.
- El móvil tiene que estar siempre en silencio. A ser posible, sin vibración siquiera, salvo para las llamadas de tus favoritos.
- Usa otros dispositivos distinto al teléfono móvil para tus aficiones, como oír música con un Mp3 o leer un libro en un dispositivo e-boock o mejor aún, en formato papel. No uses el móvil para todo y así tendrás excusa para dejarlo de lado.
- Configura la sincronización del correo electrónico en modo manual o cada treinta minutos.
- Borra las apps estúpidas. Las tienes y lo sabes. Repásalas. La mayoría no te hacen ninguna falta. Quédate sólo con las que realmente te aportan algo.
- Desactiva las notificaciones de las redes sociales. Las redes sociales están activas de forma permanente. Pero eso no significa que tú también tengas que estarlo. Puedes revisarlas de vez en cuando, un par de veces al día sería más que suficiente.
- Una máxima de la vida moderna es que siempre hay un amigo aburrido. En todo momento. Y se dedica a mandar fotos o a comentar cosas en el grupo de whatsapp. En serio, silencia los grupos de whatsapp.
- ¿Quién quiere el móvil en la playa? Si te has ido de vacaciones es el mejor momento para pasar una temporada sin consumirlo. Pero, además, sin conectarte al universo digital por ninguna otra vía. Sin PC, tabletas, el móvil de tu pareja o el ordenador del locutorio de la esquina. Sin nada que te conecte a la red. Quienes lo han probado aseguran sentir una ansiedad las primeras horas, un ligero nerviosismo los dos primeros días y una paz y tranquilidad absoluta el resto del tiempo. Si no tienes la suerte de irte de vacaciones, prueba a desconectar del todo los fines de semana.
- No contestes a todo enseguida. No hace falta, el mundo no se acaba si no contestas de inmediato a un email, a un Whatsapp o a un mensaje en Facebook. La vida sigue sin tu interactuación en la red, y la red también. El 25% de los adictos al móvil ha sufrido algún accidente por culpa de esa adicción, no solo en el coche está el peligro, también en tropezarse, cruzar sin mirar o caerse de una escalera.
Por último, procura llamar en vez de enviar mensajes. Una conversación telefónica normal no suele irse más allá de los diez minutos. Sin embargo, con los mensajes te puedes tirar horas sin decir realmente nada en absoluto. Llama. Es más agradable, más humano. Y, siempre que puedas, ve a hablar cara a cara con la persona.
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